POESÍA DE ENRIQUE ALCALÁ ORTIZ - El viejo olivo
10. LAS HOJAS (2)

© Enrique Alcalá Ortiz



         Regocijo de multiojos pediculados, caídos, resucitados, verde de olivo, por fuera; plateado de olivo, por dentro.

         Hojas, ojos, hojas. Hojas.

         Pupilas sin pestañas de un camaleón lengüilargo hecho dragón en miniatura chinesca. Ovoide estirado de forma aerodinámica para estar siempre a favor de la corriente, en balanceo constante, perenne, sexual, de movimientos quietos, recatados, sublimes, pendulares, de un sí, sí, ahora mismo o de un no, no, ahora luego. De un sí, sí de ofrecimiento, de un no, no, de viento tempestuoso que pone en forma las fibras leñosas de tu materia.

         Forma, como navajas gitanas.

         Movimiento, como cuchillos afilados.

         Brillo, como lanzas de los tercios.

         Pena, como látigos del dueño.

         Mar, como movimiento continuo.

         Todos los que vuelan copiaron su forma. Nadie más que tú y yo, nadie, nadie, conoce nuestro secreto.

         El gorrión más simple.

         La golondrina más negra.

         El cóndor más grande.

         El buitre más fiero.

         El águila más majestuosa.

         El mochuelo más feo.

         El canario más músico.

         El pavo real más orgulloso.

         La gallina más útil.

         El cisne más bello.

         La gaviota más blanca.

         El zorzal más cazado.

         Todos se hicieron hojas lanceadas de olivo. El origen está en la forma y la vida en tu color.

         El origen en ese cuerpo de paloma voladora portadora de sueños y amores. En ella te sientes a gusto, tranquilo y realizado mostrando la verdad, de tu verdad eternizada.

         Y la vida en tu color de dos caras, verde-intenso, verde-plata. Clorofila de sangre que te sube por tu cara y te pone verde de salud y frutos.

 

         Tantos ojos de misterio.

         Tantas hojas repetidas.

         Tantos pulmones al viento.