CANCIONERO POPULAR DE PRIEGO DE CÓRDOBA - Temas
01.FIESTAS POPULARES: LOS RINCOROS
Historia de los bailes populares en Priego y comarca.

© Enrique Alcalá Ortiz



           

Dentro del folklore de nuestra tierra y de sus fiestas popula­res destacó de una forma sobresaliente, porque hay incluidos muchos matices que ahora veremos, lo que aquí se dio en llamar: LOS RINCOROS. 

            Francisco Fernández Pareja[1] dice en su Vocabulario de Priego de Córdoba y su comarca: "RINCOROS. (Sustantivo masculino, forma plural). Juego del corro (...)". En el dicciona­rio leemos[2]. "CORRO. (de correr). m. Cerco de gente y espa­cio que comprende este cerco.// Juego de niñas que, cogidas de las manos, forman un círculo y cantan dando vueltas en derre­dor, ya saltando, ya caminando (...)".

            En Priego, la palabra rincoros es autóctona, de tal forma que en todas las aldeas y lugares que hemos visitado, el nombre es el mismo que en castellano: corro o coro.

            Aquí se llamaba -y todavía se hace- rincón al lugar de la casa en el que se hacía fuego, y al espacio que rodeaba a la lum­bre donde se sentaban a calentarse y descansar. Nos lo demues­tra una copla que tenemos que dice: 

No te enamores mi vida

de ningún escardador,

que cayendo cuatro gotas

ya está el diablo en el rincón. 

            Siguiendo, pues, un caso de fonética sintética de las pala­bras rincón - coros nos dio; rincoros.

            Y esto es así porque, durante la primera época de los rinco­ros, se hacían dentro de las casas, cerca de la lumbre y en los portales. En la última época -décadas de los cuarenta y los cin­cuenta ya no se hacían dentro de las casas, sino solamente en las calles. Eran callejeros y se formaban en los barrios y calles donde vivía el pueblo llano: San Marcos, Virgen de la Cabeza, la Villa, San Guido y Huerta Palacio. Nunca en las calles de la bur­guesía prieguense que no hacía rincoros, porque estaba mal visto juntarse o manifestarse como el pueblo sencillo lo hacía. Eran las fiestas de la juventud por antonomasia. Hoy son las dis­cotecas y los bares preferentemente el lugar de esparcimiento. Se juntaban y, con sólo dos instrumentos musicales, las manos y la garganta, ya estaba la fiesta formada. Las manos para co­gerse o hacer palmas, y la garganta para cantar. Canto y baile, tan simple y tan importante. Allí se pasaba bien, se divertían, se buscaba el amor, gastándose sólo energías, suelas de zapatos o alpargatas. Se aunaba además, todo lo que Carmen Bravo-­Villasante dice: "El folklore es alegría, canto, danza, juego y di­versión. Es además, poesía metafórica, y también imaginación fantástica[3]". 

CÓMO SE HACIAN 

            Dos aspectos podemos distinguir: 

            ­- La forma del baile.

- Las coplas que se cantaban. 

            La forma del baile era simple y sencilla. Presentaba las si­guientes variantes: la primera consistía en enlazar las manos, formar un círculo y dar vueltas con dos ritmos de velocidad, un ritmo de andar despacio y otro de carrera.

            La otra forma de baile era también fácil. Todas las personas se ponían en dos filas que se daban la cara dejando un espacio entre ellas. Al son de las palmas y el cante, de los que estaban en las filas, una pareja cogida de la mano, subía y bajaba dando pequeñas carreras: él/la que se quedaba, buscaba otra pareja, se continuaba, y así sucesivamente en una alternancia de pare­jas, que, a veces, bailaban sueltas, llevándose las manos a la cin­tura y haciendo ligeras flexiones a la izquierda y a la derecha.

            Cada baile iba acompañado de un ritmo musical. Unas veces, era una sola persona quien entonaba un verso, le respondían con un ¡olé ya! y, cuando acababa de entonar los versos restantes, todo el corro cantaba un estribillo; otras, era el corro quien co­reaba la canción completa.



[1] FERNÁNDEZ PAREJA. Francisco: Vocabulario de Priego de Córdoba y su comarca, ed. F.F.P., Córdoba pág. 65.[2] Enciclopedia Universal Ramón Sopena, tomo tres, ed. Ramón Sopena, 1963, pág. 2.28 6. [3] BRAVO-VILLASANTE, Carmen: Adivina-Adivinanza, Interduc/Schroedel, pág. 11.