RELIGIOSIDAD POPULAR. Cofradías y hermandades - Hablan del Nazareno de Priego
21. LATAS DE ROMANOS Y LATAS POR LOS SUELOS
Recuerdo sentimental de la Semana Santa de los años cincuenta del siglo XX.



 

© Enrique Alcalá Ortiz

 

            Lo que más sobresalía a mis ojos de chaval era el escuadrón de soldados romanos vestido con el uniforme de nuestros tercios. Qué desilusión me llevé cuando ya mayor me enteré de que aquellos trajes no eran romanos, sino ropas barrocas. El tránsito de Reyes Magos a padres que compran los regalos, no me fue tan doloroso como éste de romanos a tercios de nuestro imperio. Era todo un rito ver al orgulloso capitán, llamado el Serio, allí en la Huerta Palacio, repartir vino y puro un rato antes del desfile. Piernas para qué os quiero. El recorrido colorista del nutrido escuadrón estaba flanqueado por bandadas de arrapiezos que admirábamos tan espectacular cortejo.

            Andar las estaciones era ya casi una categoría. El desfile empezaba con la Corporación Municipal en pleno, además de todos los empleados, ni uno se escapaba, y ay de alguno de ellos si daba la nota de no asistir. Familias enteras de una iglesia a otra, en continuo entrar, hincarse de rodillas, rezar las oraciones y salir para repetir lo mismo en el monumento siguiente. "Buenas noches", "buenas noches", era el saludo repetido en todas las esquinas.

            La noche del Viernes Santo, los soldados del orgullo y de las picas levantadas, le daban la vuelta y las ponían hacia abajo. No acababa de comprender tampoco como unos hombres que se suponía habían matado a Jesús, ahora lo llorasen y le hicieran honras fúnebres. Y el Sábado Santo, al mediodía, según creo recordar, ‑después sería el domingo‑, con toda clase de latas e hierros viejos atados con cuerdas, empezábamos a rastrearlos por las empedradas calles del barrio haciendo un ruido infernal para que todos se enteraran de una vez que el Señor del Viernes Santo había triunfado sobre la muerte. Con todo, el ruido era mucho más soportable que el de las motos actuales, con la circunstancia que duraba sólo hasta que nuestras piernas se cansaran. Además, era limpio. No como el que hacen las actuales motos a cualquier hora del día, que se ha convertido en otra forma de dar la lata, cuando ya han desaparecido las latas de los romanos y los chicos han dejado de pasear latas, aunque no de darla[1].



[1] ALCALÁ ORTIZ, Enrique: La esquina de los cuentos. Historia de la Huerta Palacio por los años cincuenta.