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Pero algunos vecinos no clamaban en balde. El Sr. Cano era un pequeño propietario, vecino del pueblo que vivía tranquilamente dedicado a la agricultura y a su familia. Llegó a sus oídos que el Reverte y la partía tenían señalá a su hija mayor para secuestrarla y pedir el rescate consiguiente. Como veía que el Reverte campeaba por sus respetos y la autoridad sola no le echaba mano, -aunque unos años antes habían cogido a Hilario Cano, uno de sus compinches- pensó que había que hacer una cosa diferente que meter la cabeza debajo del ala como hace el avestruz. Echar la tranca no bastaba en esta ocasión. Se avino con la guardia civil y con un vecino, arrojado como él, y planearon tenderle una emboscada. Esta se llevó a cabo a finales de noviembre de 1906. Se realizó en el paraje conocido como Cañá de Jaro, en la sierra de Campos, que por entonces era un lugar poblado de numerosos árboles de frondosas ramas y cuyas copas chocaban y se enlazaban haciendo un túnel de ramaje por el que se circulaba. Prepararon allí una ingeniosa trampa que fabricaron de un árbol a otro para detener con seguridad a caballos y bandoleros. Se apostaron entre los arbustos y empuñaron con mano firme sus armas, mientras esperaban y estaban al acecho de sus presas. Pepino logró huir, pero Reverte cayó en poder de los guardias. Este hecho es el que seguramente narra Carlos Valverde López en sus Memorias íntimas y populares en el año 1905 y que dice así: "El 25 de noviembre un malhechor apodado Reverte que merodeaba por esta comarca, fue abatido en las sierras de Campos por las fuerzas de
Los vecinos que habían sido desvalijados camino de Pozoblanco tampoco descansaban. El gusanillo de la venganza les roía las entrañas clamando justicia y reparación por el daño sufrido. Incluso les mandaron razón a los atracadores para que le devolvieran sus dineros. La contestación fue que se aguantaran porque si no lo iban a pasar peor. No se sintieron satisfechos con estas nuevas amenazas. Se llegaron a Córdoba y fueron recibidos por el Gobernador que les dio un documento autorizándolos a llevar armas y para que actuaran contra los malhechores en nombre de la ley. Todavía se conserva ese documento en el que se autoriza a unos vecinos ese servicio y sólo ése. Ya en el pueblo, como sabían que los ladrones pernoctaban muchas noches en sus casas se pusieron a acecharlos en un callejón, por el que tendrían que pasar, denominado Laseras. Allí vigilaron muchos días teniendo como lámpara la luna, que era la única bombilla que iluminaba al pueblo sin luz eléctrica. En una de esas noches oscuras como la boca de un lobo y con los sonidos que hace un cementerio sintieron el ruido de pasos que cada vez eran más fuertes y el movimiento de dos sombras que se movían. Se dijeron para sí: ellos son. Habían convenido dividir sus fuerzas cuando los tuvieron cerca se abalanzaron contra ellos y en el forcejeo dieron con su cuerpo en tierra y allí los redujeron, después de haber dado unas vueltas, cuesta abajo, con los cuerpos hechos un ovillo. El compae Borreguito, Francisco José y sus acompañantes estaban satisfechos. Habían logrado cazar a Pepino el Chico y a Rebeca en aquella noche tan fría de noviembre de 1906. En el camino a casa del alcalde, Manolillo Rasca, le dijo Rebeca: "Pero, ¿yo a ustedes les he hecho algo? Nunca os hice daño. ¿Yo os he hecho a ustés na?" Decidieron quitarle la escopeta y le dijeron: "Anda, vete". Y se presentaron diciendo que se les había escapado. No sirvió de nada porque
En los últimos meses de actuación del famoso Pernales, dos de sus secuaces, el Niño de
[1] ?Diario?..., etc., (29-11-1907).
[2] HERNÁNDEZ GIRBAL: Bandidos célebres españoles, segundo tomo. Editorial Lira. Madrid, 1977, página 221 y siguientes. En este fecha Reverte ya estaba en prisión y llevaba tiempo actuando con sus paisanos.