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05.06. MENORCA Y PEDRO ALCALÁ-ZAMORA ESTREMERA

 




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CANCIONERO POPULAR DE PRIEGO DE CÓRDOBA - Temas

02. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LOS RINCOROS.

Bailes y cantes populares realizados por las calles del pueblo.

© Enrique Alcalá Ortiz


           

     Me decía mi paisano Gabriel Tarrías que los rincoros habían muerto con nuestra generación. Las causas de esta extinción hay que buscarlas en la evolución que han tenido las costumbres y los usos, debido en gran parte, al desarrollo industrial, social-económico, al cambio cultural y de mentalidad que en estos años ha experimentado la sociedad española en general y la andaluza en particular.

         Mi intento ahora es aportar solamente algunas notas históri­cas de nuestra fiesta, -en el doble sentido de cante y baile- ­nunca buscando su nacimiento o procedencia, asunto este aleja­do de nuestro propósito y en el que apenas dos historiadores se ponen de acuerdo.

            Ramón Menéndez Pidal[1] -nos lo encontraremos muchas veces a lo largo de nuestro comentario- dice: "(...) sabemos que en los refinados gustos de la Roma imperial, en el siglo 1, se abrían ancho campo los cantos de la Bética, especialmente, la occidental, la misma que hoy más se distingue en sus canciones y danzas populares". Danzantes y cantantes andaluces, de Cádiz especialmente, alegraban ya lo más selecto de la sociedad euro­pea.

            Dando un largo salto en la historia nos encontramos con las jarchas. De Margit Frenk Alatorre[2] tomamos el siguiente co­mentario acerca de su descubrimiento: "Desde tiempo atrás se tenían noticias del refinado invento de Mocá-dam de Cabra[3], poeta árabe del siglo IX: había creado la muwáshaha, artificioso poema árabe clásico, que debía rematar en una estrofa (jarya) escrita en lenguaje callejero, ya fuera árabe vulgar, ya el roman­ce de los cristianos. Por el mismo contraste de estilos, esa avul­garada estrofilla debía dar al poema su "sal, ámbar y azúcar".

            Se conocían gran número de muwáshahas con remate en árabe vulgar y apenas indicios borrosos de algún remate en espa­ñol. Pero en 1928 el hebraísta Samuel M. Stern reveló al mundo veinte jarchas escritas en lengua romance, que figuraban en muwáshahas hispano-hebreas de los siglos XI a XIII; la más anti­gua parece ser anterior al año 1042. Y esas pequeñas estrofas resultaron ser encantadoras cancioncillas de amor puestas en bo­ca de una muchacha: ingenuos lamentos de ausencia, dolorosas súplicas al amado (designado con el arabismo habibi), apasiona­das confidencias a la madre y a las hermanas (...)".

            De Dámaso Alonso[4] tomamos ésta que nos sirve de ejem­plo: 

Vayse meu corazón de mib,

ya, Rab, ¿si se me tornarád?

¡Tan mal mi doled li-l-habid!

Enfermo yed, ¿cuándo sanarád? 

            (Mi corazón se me va de mí,/ oh, Dios, ¿acaso se me torna­rá?/ ¡Tan mal me duele por el amado!/ Enfermo está, ¿cuándo sanará?).

            Si la comparamos con forma y fondo con ésta, de entre las miles que hemos recopilado, veremos que hay muchas coinci­dencias: 

Mi corazón es un niño

que no para de llorar,

cuanto más le digo calla,

más sentimiento me da. 

            ¿Lleva razón Ricardo Molina cuando se pregunta por la lici­tud de suponer que los actuales cantes y bailes andaluces proce­den de las jarchas?

            Muchos calendarios pasaron, cuando Cristóbal de Castillejo (1492?-1550), escribía esto: 

"(...) Madre, un caballero

que estaba en este corro,

a cada vuelta,

hacíame del ojo (...)". 

            El pueblo seguía cantando y bailando. Está fuera de nuestro objetivo estudiar el amplio desarrollo en siglos posteriores.

            Centrándonos en el tema de nuestro estudio, nos encontra­mos con las primeras referencias escritas que hemos hallado, acerca de los rincoros; las cuales, se deben a D. Carlos Valverde López, y las hace, en enero de 1922, en su novela Gaspar de Montellano publicada en el periódico semanal Adarve, durante los años 1956 -57 -58, donde recoge muchos aspectos costum­bristas del Priego de la época.

            Refiriéndose al verano en la Fuente del Rey dice ; "(...) ¿Qué de ver y aún más de oír a los pequeñines, un poco apartados del común paseo, enlazadas las manos, girando y cantando en múlti­ples coros, que llaman rincoros, con voces que por lo dulce dijé­rase que remedaban a las de los ángeles?[5]"

            Estamos en verano y se hacían rincoros, en un pueblo donde los veranos son calurosos; pero la época alta de los rincoros era el invierno. Cualquier motivo era bueno para ponerse a bailar. En su novela, D. Carlos Valverde nos dice, después de haber re­latado, -con una gracia exquisita- la matanza del cerdo-, "( ...) y allí era el yantar sin tasa y el beber sin tino; y después, alzados los manteles, el cantar sin tregua (...)[6]"

            Se acerca la Navidad. Después de narrar la confección de los dulces,

-aún hoy se continúan haciendo- prosigue, "(...) las consecuencias de este ambiente de optimismo y contento se pa­tentizaban sobremanera por las noches, acentuándose cuanto más se acercaba el tiempo pascual.

            El teatro abría sus puertas, los círculos y centros de recreo se animaban, las casas ardían en fiestas, y, en las calles y en las plazas, la gente del pueblo, alegre y bullanguera, no se cansaba de hacer rincoros.

            Esta diversión típica de Priego, muy buena para entrar en calor durante las noches invernales, consiste en asirse de las ma­nos alternativamente mozos y mozas formando espacioso círcu­lo, y girar moderada o vertiginosamente según lo demanda el compás de la copla cantada a coro. Y al par que se calientan los cuerpos con el trenzado de los pies, se enardecen las almas con el contacto de las manos. Pero no se pasa de ahí (...)[7]?

            Y llega el día de Nacimiento : "Era costumbre que nadie tra­bajara; todo el mundo estaba de huelga y aún de juerga; másca­ras, estudiantinas, cabalgatas, músicas, bailes al aire libre, rin­coros, (...)[8]"

            Así se continuaba, especialmente los domingos, hasta que se llegaba a su punto más alto en las fiestas de la Candelaria y de los Carnavales. Después de éstos, se cerraba la temporada: 

Muchachos, cantad, bailad;

que se pasa el Carnaval,

viene la Semana Santa

y tendremos que rezar. 

            Pasan los años. El desarrollo va trayendo la uniformidad a los pueblos. Las tradiciones se van perdiendo. José María[9], en el año 1956, al hablar de la noche de las candelas, nos cuen­ta, con hermosa pluma, cómo van desapareciendo las tradicio­nes peculiares y características del pueblo: "(...) Al perderse la tarde del primer día de Febrero, en las primicias de la Festividad Mariana de la Purificación, se divisaba, desde el Adarve, un pintoresquísimo cuadro, dibujado con el juego de centenares de ho­gueras, rutilantes en las crestas de las sierras, en las bajas colinas y en las puertas de cada cortijo. La belleza de este lienzo natu­ral, era intrascribible al papel. La mezcla de rojos y negros, con las estrellas ¡allá! guardando la hermosura del silencioso paisaje hecho "Candelaria", era una imagen tal, que impresionaba a los muchos espectadores.

            Y no quedaba ahí el pincel del artista. Si nos adentrábamos en cada punto llameante encontrábamos convocados al derredor del fuego, en un estallido bullicioso de alegría joven, a los convecinos, derrochando buen humor, lanzando al aire sus voces y cantos, mientras en un abrazo gigante, rodean la candela con los clásicos rincoros. Mozos y mozas del lugar, entrelazadas las manos, saltando, corriendo, cantando al son de viejos cantares, con aire de cantigas y pastorelas, bailaban dando vueltas a la fo­gata, que estaba atizada por los más viejos, disfrutando éstos del jolgorio de los nuevos, y dándose cita allí todos en esta noche, sin malicia ni pasión, al calor de las llamas y las estrellas[10]".

            Estaba anunciando una decadencia que ya no tendría re­medio.

 



[1] MENÉNDEZ PIDAL, Ramón: España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam, Austral, pág. 132. 
[2] FRENK ALATORRE, Margit: Lírica española de tipo popular, Edad Media y Renaci­miento, Cátedra, 1978, págs. 11-12.
[3] ¡Qué cerca está de Priego!
[4] ALONSO, Dámaso: Cancionero y romancero español, Biblioteca Básica Salvat, Ma­drid, 1969, pág. 12. 
[5] Adarve, Semanario de Priego de Córdoba, día 16 de septiembre de 1956, pág. 4.
[6] Adarve: 16-02-58, pág. 4.
[7] Adarve: 23-02-58, pág. 4.[8] Adarve: 23-02-58, pág. 5. [9] De esta forma firmaba. Sus apellidos eran Fernández Lozano. [10] José María: ?Adarve?, 05-02-56, núm. 175, pág. 2.




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