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12.050. PERCY EN ADARVE. (Sátira y humor)

 




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desde el 1 de mayo 2007
Historia de Priego de Andalucía - Noticias de otros tiempos

31. REPORTAJES (4)

García Nielfa cuenta sus impresiones sobre el tajo del Adarve de Priego

 



                                                                                                                              ©Enrique Alcalá Ortiz 

EL ADARVE DE PRIEGO.- LAS COMUNICACIONES ENTRE CÓRDOBA Y GRANADA.- Don José Tomás Valverde Castilla, alcalde de Priego de Córdoba, tiene casa puesta en Granada. Él es como su pueblo, que reparte la atención y el alma entera ?desde luego todas las relaciones de la vida- entre Granada la Bella y Córdoba la Sultana. Así ha de ser, por designio afortunado, ya que Priego se halla en uno de los mejores caminos espirituales de Andalucía. Quizá los antepasados moros se consideraban situados entre Medina y La Meca. Esto es: a la mediación del trayecto de Córdoba, al ciudad por excelencia, la corte de los Califas y Granada, que para ellos fue último y elevado refugio, más aún de orden espiritual que terreno, pues allí procuraron salvar su concepción de la vida, y no ya escondiéndola entre los montes, sino deslizándola sobre ellos, por si fuera posible ?oh, Maley H..!- concederle sepultura en la Sierra Nevada, o saltar desde su cumbre, que es como una nube de la tierra, a una nube del cielo, para alcanzar al fin los soñados paraísos cuya anticipación pretendieron en Andalucía.

         El señor Valverde Castilla es culto, inteligente, de muy afable trato y conversación simpática. Débele su pueblo, entre varias mejoras importantes, la reforma del Paseo de Colombia. Por sí y por el nacimiento pertenece a la aristocracia de la inteligencia. Es hijo de un poeta ilustre: don Carlos Valverde López, cuya obra, igual que su propia excelencia, encuéntrase esparcida, en ofrenda admirable, entre Córdoba, Granada y Málaga. Sevilla le falta para haber dedicado su inspiración a media Andalucía.

         Detengámonos a disfrutar de su hermosura en el Paseo de Colombia.

         A la izquierda, en dirección al Adarve, está limitado por el pueblo, cuyas ventanas dan a los jardines. Aquellos felices vecinos viven asomados al paseo.

         Contemplábamos las bellas casitas cuando, para que las conociéramos mejor, la casualidad hubo de proporcionarnos el asesoramiento de un nuevo amigo, quien ejerce cargos que revelan la importancia y cultura del pueblo: don Baldomero Rodríguez Cobos, archivero del Ayuntamiento y cronista de la ciudad.

         Aquella ventanilla cerrada ?nos dijo- pertenece a una hornacina, en la cual se guarda una cruz, tradicionalmente venerada por el vecindario. A cada lugar del pueblo corresponde una historia, una leyenda o un cuento.

         Es decir que se conserva viva la relación con el pasado. Por ello, la ciudad subsiste, al pueblo mismo. No es como una casa cuyos inquilinos del presenten ignoran a quienes con anterioridad la habitaron. Es el hogar donde la lumbre se sostiene de continuo, cual una antorcha que pasase de unas a otras manos de una sola familia para iluminar a la vez la vida del presente y las dulces memorias del pasado.

         La ventanilla cerrada discretamente era un símbolo del alma de Priego. Una y otra al abrirse muestran una hornacina, en la cual una casa humilde venera el pueblo.

         Los jardines concluyen en un mirador magnífico: el histórico Adarve, a donde, antaño como ahora, asómase Priego para contemplar su hermosa Vega. También es granadino en esto. Como la ciudad de los cármenes, afortunado Priego, disfruta de su mirador sobre su tierra, que el agua vivifica. Así, pues, desde el jardín se ve la huerta, cual si ella fuese un reflejo de aquél, correspondiéndose las flores y  los frutos, los claveles y los granados, los jazmines y los almendros, los geranios y las cerezas, los alhelíes, las guindas, las fresas, las violetas, los pensamientos, las naranjas, los limones, en la blanca tonalidad dominante del azahar de los jardines y las huertas.

         Es la pródiga ofrenda del mundo al hombre, los frutos de campo pasan de la huerta a jardín para convertirse en flores y cobrar perfume. Es la espiga de trigo que florece cual una vara de nardos el verde olivo que, como en una madurez sumisa, se hace granado.

         El pan recién cocido un fruto perfumado parece. Luego, la flor y el fruto, merced al supremo arranque, de los tallos y las ramas se desprenden para volar, pletóricos de vida, y en el  jardín se convierten en mariposas y en la huerta en pájaros. Y después, cuando en su jaula, cárcel de oro, a la puerta del jardín canta el pálido canario, del campo y de la huerta acuden el escondido jilguero y  el verde chamarín para picotear en el pocillo las semillas que a manos llenas la tierra ofrece, y forman un ramo de palpitantes flores, lanzadas a los cielos por la vida. Y en su trinar, son también como notas doradas de color.

         Nos asomamos al pretil del Adarve y sentimos la impresión de la noche, oscura, cerrada, en el fondo de la Vega. Öyese el suave deslizamiento del agua, cuya frescura impregna el ambiente. Forzando la vista, se nota la ligera claridad del Salado, uno de los varios ríos de este nombre que discurren por el suelo de Andalucía.  

         En el alto cielo, a la terminación de las montañas, así como en la aurora se empieza a notar los oros del sol, comiénzase a ver la plata de la luna, levemente disuelta en el azul de la noche. Surge despacio la luz por detrás de los montes remotos. Es que nace la luna en Granada y se tiene que esperar en plena ascensión a los cielos para admirarla desde aquí. Iluminadas a contraluz, las cumbres parecen transparentes. Un momento, se comienza a sentir, más que a ver, la aparición de la luna. Queda el ánimo suspenso ante la sugestiva belleza del espectáculo. Al fin, se desarrolla el orto, la aurora de la luna, su amanecer en la noche.

         Se desborda su luz por las montañas e inunda el valle hasta rebasarlo. La claridad se ha hecho en el fondo de la Vega donde la noche yacía en reposo.

         Invade asimismo el alma del espectador, impregnándola de dulce melancolía, produciendo también lumbres de luna en las sombras que suelen llenar el fondo de los seres.

         Cuenta Goethe en las memorias de su infancia, que, siendo muy niño, su padre le asomó a una ventana desde la cual se veía la luna llena. Fue tal la emoción que en el ánimo del excelso poeta produjo la contemplación del prodigioso espectáculo que cayó desvanecido en brazos de su madre.

         Desde el Adarve de Priego, una linda joven presencia el surgimiento de la luna. Es, como hemos dicho de sus paisanas, cordobesa de aire granadino. Permanece sentada. A su vera, está la silla que el novio acaba de abandonar, solicitado por unos amigos. Como en prenda de pronto regreso, la joven tiene en la falda el sombrero del amado. Él le habrá dicho con seguridad, para obtener permiso de la breve separación, que el alma misma le ofrece en prenda.

         A la vista lo tiene, unos pasos nada más lo separan, puede oírle hablar con sus compañeros, mas, esto no obstante, influida por el ambiente, su expresión es melancólica. Se levanta al fin para contemplar desde el Adarve la hermosura de la noche. Sin querer, se ha vuelto de espaldas al novio, y parece una delicada princesita mora que otease en la lejanía la presencia de enamorado de ensueño que, a la edad de la preciosa joven, las mujeres todas llevan en el alma. Cerca de ella, con afabilidad departen unos señores. Se muestran discretos, corteses y reposados. Alto, de correcta figura, muy andaluces en los tipos, ofrecen la impresión de un concurso de moros de Granada, parados aquella hermosa noche, en el camino de Córdoba, para cambiar impresiones respecto a delicados asuntos. ¿De dónde los conocemos nosotros?, nos preguntamos. ¿Dónde en verdad los hemos visto antes de ahora, porque en sueños no ha sido? Su expresión nos es muy conocida, casi familiar. Se comienza a desvanecer las brumas de la memoria, hasta que, de pronto, da un vuelco el corazón; a su impulso, rompe la sangre el velo del olvido y la imagen surge lúcida.

          ¿Es posible ?sopesa el alma- que no recordase? Esa figura de Granada que se te aparece ahora, en estos momentos de sensibilidad enaltecedora --¿en claro al fin?-, es la de quien hizo contigo votos de padre, cuando perdiste al tuyo. ¿Había de ser Granada la única  de Andalucía que no hiciera latir tu corazón dolorido? Ahora, cuando a ella la conoce y éste te aparece, relaciónalos. Comprendo por qué fuera de tal modo afable, bueno, discreto y digno. De la ciudad de los cármenes era el coronel heroico del regimiento de España, don Justo Cumplido Montoro, aquél a quien los moros de Marruecos, por ser granadino, consideraban pariente de ellos, pariente, hermano. Glóriase ahora de que su espíritu de Granada tuvo aquí la primera juventud.

         Pródigo en hombres inteligentes es Priego de Córdoba. Cuando fuera de su pueblo se les admira ?después de oír un discurso de Alcalá-Zamora o admirar un cuadro de Lozano Sidro,- se puede aceptar la afirmación corriente de que así nacieron, pródigamente dotados por la naturaleza. Mas si en Priego se les recuerda, se comprende que en estos pueblos es donde así nacen, porque el ambiente los despierta para toda la vida al mundo del arte, de la poesía, de la pintura, de la oratoria.

         No sólo con esto, con ser tanto, merece admiración Priego de Córdoba. Tienen fama sus telares.

         Buscando una comparación del presente, se suele decir que Priego es una pequeña Barcelona. ¡Oh, no! ¿Para qué acudir tan lejos, en la distancia? Aunque en el tiempo la separación sea mucha, cerca está de Córdoba y de Granada, cuya buena época recuerda, cuando en ellas cantaba afanosos los telares.

         Singulares sorpresas ofrece aquel pueblo hermoso y bueno al excursionista. No es difícil que, influido por las repetidas impresiones del arte, se detenga a contemplar un viejo edificio, con apariencias de ermita. Está adornado con flores y en él se siente cantar el agua. Desde el arco de la puerta se ve el arranque de una amplia escalera dirigida hacia los picos superiores. Pues aquella hermosa casa, cuyo uso en la antigüedad sería otro, es la Cárcel.

         En el zaguán, los vigilantes conversan apacible y serenamente. Parecen campesinos o jardineros que descansasen de los trabajos del día.

         Priego es como un pueblo de Granada en esta magnífica provincia de confluencias que se llama Córdoba. En él comienza a ser cantarino el acento andaluz, porque principia la abundancia de agua, cuya canción imitan las personas que de ella disfrutan.

         En los enlaces y relaciones que en la tierra cordobesa se producen, desde los pueblos vivificados por el Genil, por el agua de Granada, se ve espiritualmente a Sevilla. En Palma del Río y Puente Genil se siente el aire de la ciudad de Granada. Es como si desde la Mezquita se contemplase la Giralda.

         Así en Priego, se divisa idealmente la Alhambra.

         En contra de una zona de fusión. Nuestro admirado amigo el catedrático don Antonio Jaén nos enseña que Priego fue una cora en el tiempo de los moros, formada por pueblos actualmente comprendidos en las provincias de Granada y Córdoba.

         Al variar el sistema de comunicaciones, Priego quedó arrinconado en las montañas que lo envuelven, como le ocurrió a Granada. El ferrocarril pasa muy lejos. Ahora, el automóvil lo vuelve a relacionar con el mundo y últimamente ?con este grato motivo lo visitamos-, se le ha concedido comunicación telefónica. Al menos, esta servirá para que Priego pueda pedir de viva voz al gobierno que se le conceda el ferrocarril. No es esta aspiración de Priego únicamente. Lo es también ?o debe serlo- de Granada y Córdoba, toda vez que la comunicación ferroviaria de las dos, por Priego ha de realizarse, siguiendo el actual camino de los automóviles. En nuestra provincia, la mejora afecta a Espejo, Castro, Baena, y otros muchos pueblos.

         A la terminación del acto de la apertura del servicio telefónico, unos señores de Priego rogaban a otro de Córdoba que volviese al pueblo. Para ofrecerles la seguridad completa de que aceptaba la invitación, le dijo: ?He de venir porque se lo tengo ofrecido a mí señora, como un regalo, porque ella es de Granada, por allí vendremos para volver a Córdoba. Indicaba así el mejor camino que, en todos los órdenes, ha de relacionar a los dos capitales hermanas.?

         Cuando de noche volvíamos a Córdoba, notamos durante todo el trayecto la presencia de gente del campo, dispuesta siempre a madrugar para atender a sus múltiples tareas. A pie unos, en caballerías otros, acompañados algunos por las mujeres y los hijos, sus más valiosos auxiliares, iban todos al trabajo. No descansaba la colmena campesina. Incluso de noche, libaban las abejas los agridulces jugos del trabajo. Pueblo que así labora, sin que para él haya pared entre el día y la noche, bien merece el auxilio del ferrocarril para que los productos del campo y los del pueblo también ?no olvidamos los telares de Priego- puedan encontrar fácil salida a los mercados. Concédase el ferrocarril a quienes, yendo a pie, aciertan a competir con quienes disfrutan de aquella ventaja tremenda

         E. García Nielfa. (1926).





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