INICIO
 CURRÍCULO  
 NOTAS BIOGRÁFICAS  
 CRONISTA OFICIAL  
 ARTÍCULOS  
 LIBROS  
 FOTOTECA  
 ADARVE FOTOGRÁFICO  
 ENVÍA TUS FOTOS 
 VÍDEOS 
 NOTICIAS DE PRIEGO 
 ENLÁCENOS 
 LIBRO DE VISITAS 
 BLOG 

 

01.22. VIENTO EN EL VIENTO

 




Visitas
desde el 1 de mayo 2007
Historia de Priego de Andalucía - Luz por el sistema de electricidad

2. A LA LUZ DE UN CANDIL

Las primeras iluminaciones con aceite y otras grasas.

 



© Enrique Alcalá Ortiz

 

 

         E

 l testimonio escrito más antiguo sobre los sistemas de iluminación en nuestra comarca nos lo da el liberal e ilustrado Pedro Alcalá-Zamora: "(...) varias lámparas de distintas figuras de metal y barro, observándose en una de ellas grabada la diosa de la Abundancia (...)[1]. Hace referencia a las antigüedades romanas que don Francisco Julián Madrid en el año 1819 había encontrado en el lugar denominado Las Cabezas, hoy término munici­pal de Fuente Tójar. Las de barro serían las clásicas lucernas, depósitos cerrados con dos orificios: uno de respiradero y carga, y el otro para la mecha o torcida.

         Después de veinte siglos poco habían cambiado los sistemas de iluminación en Priego que, como es lógico, seguían siendo los mismos que usaba España entera. El más popular de todos los utensilios empleados en el siglo XIX fueron los candiles. Del árabe candil, lamparilla, eran sencillos recipientes de metal, hierro o latón, que calentados previamente al calor de la fragua iban después tomando forma en el yunque, a base de rítmicos martillazos. La forma más simple era similar a una pera con un asa vertical y una varilla o gancho que servía para colgarlo y sacar la torcida. Se llenaban de aceite de oliva generalmente virgen, pues el frito ya no quemaba bien y daba muchos olores y poca luz. Y como el candil sin mecha no aprovecha, según el refrán, se ponía la torcía que solían hacerse de algodón trenzado, el mismo que se usaba para atar morcillas y se fabricaban entre dos personas que, con los hilos en la mano, lo trenzaban dando vueltas, cada una para un lado diferente hasta que estuviera bien torcido. Otras mechas más pobres se fabricaban de restos de ropa vieja o de algodón en rama. En la última época las torcías se vendían ya elaboradas. Empezaba la fabricación industrial, pero también su deca­dencia y extinción.

         En las casas menos acomodadas se encendía un candilico en las horas de la noche que se estaba en vela, pues se solía ir pronto a la cama -a la hora de las gallinas- puesto que el aceite era un artículo de lujo y las rentas entonces muy escasas. Se colgaba sobre una viga o sobre un clavo de la pared y de tiempo en tiempo una persona tenía que sacarle la torcida para que siguiera alumbrando con la intensidad debida. Viajaba con el que se desplazaba, ya que el resto de la casa estaba completamente a oscuras. No era raro que al acostarse, el hombre le dijera a la mujer: "Apágalo en la ventana que la luz del pabilo y el tufo no me deja dormir". Poderlo apagar donde uno quisiera era un privile­gio, un pequeño lujo al alcance de todos. En las casas de los más beneficiados económicamente solía haber varios candiles y velones, y algunos se daban el lujo de poner un pequeño farol en los portales de sus casas[2]. En las fábricas de aceite, molinos o almazaras, donde se fabricaba la materia prima del candil, solía haber uno gigantesco en comparación con el popular casero. Eran llamados candiles de maquilero, voz tomada de una antigua medida de capacidad, y eran como grandes sartenes en los que cabía uno o dos litros de aceite. Aunque muchos dueños los fueron suprimiendo y colocando varios pequeños, porque los maquileros gastaban mucho aceite.

         El candil, instrumento de uso cotidiano, habría de ser evocado necesaria­mente en refranes y canciones populares. Múltiples son las alusiones que emplea nuestro cancionero. Como muestra traemos esta copleta, la cual, en cuatro sencillos versos, nos resume un tratado de economía y buenas maneras, mientras usa la descripción, la repetición y la antítesis:

 

El candil se está apagando,

la alcuza no tiene aceite;

ni te digo que te vayas,

ni tampoco que te sientes.

 

         Con estas palabras la suegra indicaba al futuro yerno la próxima extinción de la luz y la imposibilidad que había de volver a llenar el candil. Aunque quería que se quedase, el novio inteligente debería decidir por él mismo que la hora de marcharse había llegado.



[1] ALCALÁ-ZAMORA, Pedro: Apuntes para la Historia de Priego (1798). Edición de la Real Academia de Córdoba, Capítulo de Antigüedades. 

[2] De esta costumbre, para ayudar al entonces deficiente alumbrado público y como un signo de distinción, en algunas, fachadas de las calles céntricas de la ciudad quedan aún artísticos farolillos de artesanía, pero ya lógicamente eléctricos.





1029 Veces visto - Versión para Imprimir




Libro de
Visitas


Colabora con tus fotos



Buscador de Artículos



[INICIO] | [CURRÍCULO] | [BIOGRAFÍA] | [CRONISTA OFICIAL] | [ARTÍCULOS] | [LIBROS] | [FOTOTECA] | [ADARVE FOTOGRÁFICO]
[ENLÁCENOS] | [LIBRO DE VISITAS] | [ENVÍA TUS FOTOS] | [BLOG]


Diseño Web: © dEle2007