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06.20. NICETO ALCALÁ-ZAMORA (1877-1949). UN SUPERDOTADO DE PRIEGO DE CÓRDOBA

 




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Historia de Priego de Andalucía - Temas variados

NUESTRO PUEBLO EN EL AÑO 1900

Viaje al pasado. ¿Cómo era Priego hace más de un siglo?

                                        © Enrique Alcalá Ortiz



 

C

on 7.500 habitantes y siendo capitalidad del partido judicial de dicho nombre, a principios de siglo, nuestra ciudad no se ufanaba de ser un pueblo con muchas perspectivas de futuro. 

                El anuario de la provincia de Córdoba[1] de aquellos años nos detalla que la extensión total del término municipal era de 28.628 hectáreas, de las cuales 2.000 se dedicaban a monte, 600 de regadío, unas 4.500 de terrenos baldíos, montes y población, y el resto destinadas a producir abundantes aceites de calidad, cereales, legumbres, frutas, hortalizas, bellotas y viñas, producto este posteriormente desaparecido a causa de una plaga. Criábamos toda clase de ganados, existiendo caza menor y una riqueza que se nos antoja extraterrestre: la pesca abundante. Ríos con peces vivitos y coleando, donde además se formaban numerosos baños. Nos parece un sueño, más esto cuentan las crónicas que se precian de ser verdaderas, incluso contábamos con ricas canteras de mármol y yeso. 

Si todavía nos quejamos por la carencia de buenas comunicaciones, ni por un asomo creo que nos podemos imaginar los enlaces con los pueblos y capitales que nos rodean. Hagamos un pequeño esfuerzo, para no espantarnos, ya que la estación más cercana era la de Cabra, a 30 kilómetros. Hoy se hacen éstos en poco más de 15 minutos, pero en los dos coches-correos diarios, el trayecto se cubría en un tiempo de tres horas, pagando 5 pesetas por asiento y dos reales por arroba de peso, eso de las maletas gratis, todavía no había aparecido. Si la velocidad de estos medios de transporte resultaba demasiado excesiva o mareante, el opositor a viajero no tenía por qué preocuparse. Estaban dispuestos cinco carros-cosarios, tirados por briosos semovientes rojizos, los cuales se iban alternando, para que siempre hubiese varios en el camino. Salían de Priego a las doce de la noche, para llegar a Cabra, a las ocho de la mañana. Por ser doble la tardanza, de las molestias no se habla, se cobra la mitad de precio, 2,50 por asiento y 15 céntimos por arroba de mercancía. La carretera, es un decir, acaracolada de Alcalá la Real ofrecía estas características todavía más acusadas, ya que el coche correo tardaba cuatro horas en llegar, y si ya en Alcalá la Real querías llegarte a Granada, el coche tardaba otras cuatro horas. Sumando, nos dan ocho horas, de Priego a Granada, viajando a una velocidad de espanto. Como no siempre se tienen ganas de viajar, toda la correspondencia del municipio se recibía por la estación de Cabra en una estafeta de correos y telégrafos. El teléfono no se instalaría hasta el año 1915. 

La industria básica era la derivada de la agricultura, y dentro de ésta, el clásico olivo. Molturaban aceituna 26 molinos en el casco de la población y prácticamente instalados en todas las calles, excepto en la del Río, a los que se unían dos fábricas de aceite de orujo, éstas ya fuera de la población. «La Unión» tardaría unos pocos años en aparecer. Algo parecido le pasaba a las 13 fábricas de harina en cuanto a su ubicación, ya que estas se hallaban en sitios más estratégicos para favorecer las condiciones de fabricación como San Rafael, Molinos, Cubé, Alcantarilla, Tarajal, aunque también existía una en la Ribera. Debemos tener en cuenta que los medios de energía mayori­tarios eran la tracción animal y las máquinas de vapor, ya que la instalación eléctrica no estaba generalizada, a pesar de los intentos de producir corriente para alumbrado que hacía la fábrica de electricidad de Martín Alcalá-Zamora. Finalmente, se instalaría en 1904. Estas harinas abastecían los ocho hornos de pan, una fábrica de almidón, y sendas de fideos y pastas para sopa. Como industrias complementarias de alimentación, además de las dos salinas, teníamos 7 fábricas de aguardiente para fabricarlos al por mayor, porque si querías unas botellas o unas copas de este brebaje o de cualquier otro se podía adquirir en uno de los ocho almacenes de vino y licores, en las diez tiendas de vinos y aguardientes o en las nueve restantes de vinos y licores, desde luego siempre en menor cantidad que las actuales. 

Como contrapartida a esto, ofrecían cultura tres librerías. No muchas más existen en la actualidad a pesar del paso del tiempo. 

Para postre, vendían pasteles en la Calle de Prim, lugar donde abrían sus puertas las dos únicas pastelerías del pueblo, pero si lo que te gustaba eran los productos típicos, podrías llegarte a una de las tres fábricas de chocolate artesanal, sin necesidad de preguntar el sitio, pues el fuerte olor a cacao, perfumaba un rastro fácil de seguir. 

A la industria básica de aceite, se unía la fabricación de tejidos de algodón, lana y sombreros. Movían sus renqueantes huesos seis fábricas dedicadas al algodón, lana, cintas y felpas, todas instaladas en el casco de población, excepto la de las Angosturas, propiedad de la viuda de José Ramón Matilla. Años más tarde, con la mecanización y la electricidad, llegaría el «boom» de esta industria, alimentado por la guerra europea y desaparecido en la década de los sesenta. Complementarias a ellas, había cuatro establecimientos de tintes, aunque ninguno de ellos instalado en la calle Ribera, tradicionalmente llamada de los Tintes. Para la otra actividad, la de los sombreros, teníamos cuatro fábricas de curtidos, otras tantas de fieltros y siete establecimientos de sombrereros, abiertos en las calles principales, y que surtían la demanda de todos los parroquianos pues era moda llevar la cabeza cubierta. A estas industrias principales se unían dos de yeso, una de cemento y talleres de más pequeña entidad como albarderos, constructores de carros, carpinteros, guarnicioneros, herreros y hojalateros. 

Los chiquillos recibían instrucción en siete escuelas, regentadas por tres maestros y cuatro maestras, complementados por tres más de clases particulares, ya que estaba permitido el intrusismo, y algunos de ellos eran los mismos que preparaban a los pocos bachilleres. La enseñanza musical estaba ocupaba con cuatro profesores, entre ellos Laureano Cano, que dirigían, coros, capillas de música, bandas, tocaban en iglesias, procesiones, casinos y además daban clases de diferentes instrumentos. 

El clero tenía su máximo representante en Evaristo Meléndez Alarcón, arcipreste, auxiliado por cuatro coadjutores, pertiguero, notario mayor eclesiástico y sacristán. Y eso para el servicio de parroquia única, porque además ejercían sacerdocio particular diez presbíteros. Quizás nos puedan parecer muchos, comparados con los que existen en la actualidad, pero eran pocos si esta comparación se hace con el siglo anterior. 

A los organismos oficiales de Ayuntamiento, Juzgado de Primera Instancia, Juzgado Municipal, Recaudador y Agente de la Recaudación, jefe de cárcel y vigilantes, se unían ocho guardias civiles, diecisiete abogados, agentes de fincas, agrimensores, varios banqueros, comisionistas, dos cirujanos y cinco médicos particulares. 

Para los visitantes, carruajes y semovientes, se preparaban camas y cuadras en cinco posadas, pudiendo comer en cuatro restaurantes. 

Lógicamente, en el pueblo existían otras diferentes clases de comercios y actividades, como las once barberías, seis sastres y tres depósitos de sanguijuelas, que por no hacer muy prolija esta relación cortamos de cuajo, porque con los detalles más sobresalientes creemos haber dado un esbozo de las ocupaciones principales de nuestros paisanos allá por principios de siglo. 

                Al pasear por el pueblo, tendríamos que ver monumentos y centros de recreo, algunos desaparecidos. Entre ellos estaba el Pósito, y a su espalda el Teatro Principal, la iglesia de la Virgen de la Cabeza, los Círculo de Cazadores y de Obreros, y el Casino de Priego, llamado popularmente «Casino los señores». Obras de las que ahora nos enorgullecemos estaban recién estrenadas, como la plaza de toros y el paseo de las Rosas, más tarde llamado de Colombia, donde había instalado un «Teatro gallístico» para las peleas de gallos. Aunque parezca extraño, nuestras calles principales estaban sin adoquines, se colocarían cerca de los años treinta, y aunque vivo, todavía era un zagalote Francisco Ruiz Santaella, nuestro genio del renacimiento urbanístico, que daría aires modernistas a la calle Río. Y siguiendo el cauce de este riachuelo escondido, bajamos por un Altillo, llamado de la Cárcel, y seguimos hasta Puente Tablas y la Plaza de Escribanos, donde nos encontramos las Carnicerías y las ruinas del ex convento de franciscanos, donde hacemos parada de meditación entre sus estancias desiertas y ruinosas.

 



[1] Véase Guía de Córdoba y su provincia, anuario de 1906. Imprenta «La Verdad», Córdoba. Páginas 527 y siguientes.

 





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