INICIO
 CURRÍCULO  
 NOTAS BIOGRÁFICAS  
 CRONISTA OFICIAL  
 ARTÍCULOS  
 LIBROS  
 FOTOTECA  
 ADARVE FOTOGRÁFICO  
 ENVÍA TUS FOTOS 
 VÍDEOS 
 NOTICIAS DE PRIEGO 
 ENLÁCENOS 
 LIBRO DE VISITAS 
 BLOG 

 

06.10. CARLOS VALVERDE LÓPEZ. POETA DE PRIEGO. (1856-1941)

 




Visitas
desde el 1 de mayo 2007
Historia de Priego de Andalucía - Temas variados

LA BODA DE ALFONSO XIII

La boda de Alfonso XIII contada por Pedro Alcalá-Zamora Estremera. No se la pierda.

                                  © Por  Enrique Alcalá Ortiz



 

                        La última boda real que se celebró en España tuvo lugar el 31 de mayo de 1906. Por entonces,  los medios de comunicación no ofrecieron, por supuesto, el absorbente despliegue informativo de nuestros días. Sin embargo, los lectores cordobeses, y nuestros paisanos en particular, tuvieron la oportunidad de leer una crónica redactada por un prieguense que ejercía en Madrid como corresponsal del Diario de Córdoba.

                         Este cronista se llamaba Pedro Alcalá-Zamora Estremeras (1856-1912). Era hijo del senador prieguense José Alcalá-Zamora Franco. Estudiante de Derecho en Granada,  al quedarse huérfano, y encontrarse dueño de una fabulosa fortuna (más de dos millones de pesetas de aquellos años), viajó por diversos países europeos en plan de príncipe, como Francia, Italia, Suiza y africanos, Egipto, hasta dilapidar la última peseta. Pobre, volvió a España, ingresando en el ejército como soldado raso para no morirse de hambre. Más tarde, en Córdoba, trabaja como director y reportero de periódicos, al mismo tiempo que publica libros de cuentos, dramas, poesía y ayuda a su sueldo traduciendo novelas para importantes editoriales españolas. Logra emplearse como empleado de aduanas y ejerce en Mallorca, Algeciras y Alicante. Una grave enfermedad le hacer volver a Priego donde fallece.

                         En el artículo, nos muestra unos perfiles muy significativos del Madrid de la época con rasgos de fina ironía y crítica social. Decía así: "MADRID, DESPUÉS DE LAS FIESTAS.- Por espacio de unos días la vida en Madrid ha sido casi imposible; atraídos por la boda real, que ha despertado inmenso entusiasmo, y por el natural deseo de ver los anunciados festejos, a la oferta acudieron muchos forasteros y no pocos cientos de extranjeros.

                         La circulación por las calles, especialmente en las del centro, era difícil y penosa por la aglomeración de gente y porque los no acostumbrados a andar por urbes populosas estorban el paso a los demás, se detienen inoportunamente a contemplar los escaparates, pisan, codean, estrujan al transeúnte y ni caminan ni dejan caminar.

                         Con tal concurrencia en las vías y disfrutando de una temperatura que recordaba la famosa del frito, se necesitaba valor heroico para lanzarse a la calle.

                         Por si estas molestias, inevitables por el aumento circunstancial de población flotante no bastaban, los exploradores forasteros le aguardaban con el trabuco echado a la cara para limpiar los bolsillos.

                         Hay que advertir que aquí, donde los elementos para hacer, no ya agradable, sino tolerable, la vida al forastero, faltan en absoluto, se procura por todos los medios mortificarle y desplumarle. Lo que no impide que se hable de la industria del turismo, como si el terreno fuera abonado para implantarlo.

                         El desdichado que, aprovechando la rebaja de los precios de los billetes ferroviarios, se ha venido en los mixtos...

                         En este afortunado país, donde, al revés que ocurre en el resto del mundo civilizado, se procura que nadie viaje y que el viaje se haga en las peores condiciones posibles, el que no puede pagar billete de primera tampoco puede aprovechar los expresos, y el viajero de tercera ha de ir  forzosamente en los mixtos, sin que las víctimas de la mencionada clase merezcan, por parte de los empleados, mayores consideraciones que las que se guardan a un rebaño de carneros.

                         Parece que el viaje en tercera se paga de su bolsillo cuando menos dada por merced señalada y misericordia de las empresas, según lo mal que se le trata.

                         Molido y asendereado llega el viajero a la villa del Oso, y si sale con vida de la acometida que, ofreciéndole alojamiento, le dan en la estación los mozos, muchos y hasta golfos, empieza el calvario de la vivienda. Que aquí son malas casas de huéspedes y que, en general, las habitaciones carecen de condiciones higiénicas, es asunto pasado; y si esto ocurre en circunstancias normales, imagínese el lector curioso qué ocurrirá en épocas excepcionales.

                         Patronos de a dos pesetas con principal han exigido cinco duros diarios al forastero, sin mejorar, por ello, la estancia y mala comida ni el desvencijado retrete. Por dormir en una alcoba interior, sin ventilación alguna, donde apenas había un fementido lecho, por el que no pagará de alquiler más de veinticinco pesetas mensuales, dos duros por cada noche. Cualquier fondista que se tiene por honesto no pide menos de mil pesetas anuales.

                         En una palabra, se ha querido ganar en los tres días de las fiestas para vivir todo el año, aunque las víctimas se marchen como el gallo de Morón, y jurando no volver más a los Madriles.

                         Y si  tal ocurre con los turistas nacionales, no hay que decir hasta qué punto se abusa de los extranjeros. En estas ocasiones se pone de relieve, como en ninguna otra, el atraso en que vivimos. En todas partes se procura mimar al forastero: aquí se le ahuyenta. El otro día me pregunta un inglés que tiene la costumbre de lavarse y no podía hacerlo en su alojamiento por carecer de tina, (aunque pagaba cien pesetas diarias) dónde podría tomar el conocido baño; y enterado de que aquí contábamos con media docena de establecimientos de esta clase para más de medio millón de habitantes, se quedó estupefacto. El infeliz no sabía que el baño es cosa de lujo;  pero si a las horas de calor anduvo entre la muchedumbre, el olfato le explicaría ingratamente la resultante de medio millón de vecinos y la media docena de balnearios.

                         En fin, de cuantas, no hemos venido a bañarnos, sino a divertirnos.      

                         Pocas veces se ha despertado el entusiasmo popular, como ahora, ante un acontecimiento político. He presenciado entre la multitud el paso de las comitivas, y he podido apreciar que el pueblo mira con verdadero cariño a su Rey,  está muy satisfecho de su enlace. Al saber que se casaba enamorado con el amor de los veinte años, la simpatía popular se extendió a la novia; al ver que la novia es de belleza ideal y lleva pintada su angelical bondad en el semblante, el pueblo se sintió subyugado y aplaudió y vitoreó con toda su noble alma a la joven pareja. Una vez más la juventud, la bondad y la belleza, se han impuesto por el poder de su fuerza incontrastable.

                         Yo he visto estallar la indignación en todas las clases sociales, sin distinción de matices políticos, cuando la mano del monstruo manchó de sangre juvenil, inocente y generosa, el blanco velo de la desposada y segó tantas vidas; yo la he visto estallar formidable, apasionada, con más violencia que la bomba misma. Yo he oído narrar el espantoso acontecimiento a hombre y a mujeres de pueblo, y todos, todos sin excepción, encomian con entusiasmo la actitud serena del Monarca, y ponen en su boca las frases que ellos, en su caso, quisieran haber proferido, dándolas por oídas.

                         Esto es lo que siempre ha hecho el pueblo con sus ídolos.

                         Hoy puede afirmarse, con pruebas fehacientes, que Madrid ama a su Reyes, y que éstos están en el corazón de España entera, aquí representada en los terribles momentos.

                         El pánico que en los forasteros produjo el atentado fue grande; al siguiente día de la catástrofe advertíase en las calles disminución de la concurrencia. Mas llegó el tiempo de la retreta y en la carrera se agolpaba la multitud, en la fatídica calle Mayor no se cabía y en la plaza de la Armería el gentío era inmenso. El espectáculo luminoso resultó muy bien, y fue aplaudidísimo.

                         Entre tanto el feroz criminal se había hecho justicia en Torrejón de Ardoz, causando una nueva víctima, y la Prensa nos sorprendía dando a la publicidad el nombre del que le procuró los medios para fugarse. Sin la garantía de aquel hombre, el monstruo no habría logrado salir de la villa; tales eran el odio, la desconfianza y el ansia de echarle mano para hacer justicia de Lynch.

                         Las fiestas han terminado, y los rezagados preparamos las maletas, satisfechos de haber venido, aunque llevando en el ánimo la amargura por la terrible catástrofe, que no se borra de la mente, horror de tal magnitud. Por otra parte, puede asegurarse que el tremendo acontecimiento ha venido a consolidar y evidenciar el amor de España a sus Reyes.

                         Vueltos a la vida normal, ayer comenzó el movimiento político con la dimisión del Gobierno y la ratificación absoluta e incondicional de la confianza Real al señor Moret. Ya tienen los aficionados tema de discusión.

                         Madrid torna a su vida ordinaria. El tiempo se revuelve, y del calor asfixiante de los días anteriores ha saltado al fresco y a la lluvia. La gente habla ya del veraneo, y yo, que en la ocasión presente soy de los que se van, lío también los bártulos para volver a la tranquila y plácida isla donde he logrado reponer casi por completo mi quebrantada salud.

 





1027 Veces visto - Versión para Imprimir




Libro de
Visitas


Colabora con tus fotos



Buscador de Artículos



[INICIO] | [CURRÍCULO] | [BIOGRAFÍA] | [CRONISTA OFICIAL] | [ARTÍCULOS] | [LIBROS] | [FOTOTECA] | [ADARVE FOTOGRÁFICO]
[ENLÁCENOS] | [LIBRO DE VISITAS] | [ENVÍA TUS FOTOS] | [BLOG]


Diseño Web: © dEle2007