© Enrique Alcalá Ortiz
Estos dos hechos, celebración y coronación, tuvieron su origen lejano un 20 de enero de 1594 cuando se funda la «Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad», promovida por varios vecinos de Priego, a cuyo frente estaban Diego Alcaraz y el vicario de la Villa, Marcos López. Esta cofradía tenía como fiesta principal el Niño Perdido y una procesión de disciplina el Viernes Santo, acompañando a la imagen del Cristo Yacente, donde los hermanos debían ir vestidos de túnicas negras, capirotes en la cabeza y con la insignia de la Soledad en el pecho.
En los primeros meses del año 1684, se funda la «Hermandad de la Soledad», dentro la misma capilla, y entre sus fines se destacan las fiestas votivas de mayo con procesión de la titular y las misas de sufragio por las almas de los hermanos y hermanas fallecidos. Durante muchos años marchan íntimamente unidas ambas agrupaciones. Con motivo de la redacción de unas constituciones en tiempos de Carlos III se unen en el año 1789, para volverse a separar en 1821. La unión definitiva se producirá en 1859, al aprobar Isabel II nuevas constituciones. Desde entonces, ambas entidades formarán ya siempre una unidad que con los altibajos lógicos llega esplendorosa y potente a estas últimas décadas del siglo XX donde sin lugar a dudas asistimos a un renacimiento cofradiero comparable al surgido en Priego y en la provincia de Córdoba en las últimas décadas del siglo XVI, como consecuencia de la reforma de las antiguas órdenes religiosas, y sobre todo, de la influencia emanada del Concilio de Trento. Comparable, igualmente, al que más tarde, en los años finiseculares del siglo XVII, en pleno barroco, se experimentaría con la fundación de varias hermandades de rogativas, alentadas por las órdenes franciscanas residentes en la ciudad de Priego.
Un IV Centenario único
Para celebrar el IV Centenario de su creación, la Cofradía puso en funcionamiento, y a todo gas, su capacidad de convocatoria y trabajo en grupo de una forma admirable y digna de imitar, aunque creemos que insuperable. Varias decenas de cofrades de una edad mediana, con vigor y entusiasmo, se comprometieron formalmente para llevar a cabo una serie numerosísima de actos, (se pasan de los 40), que les han ocupado sus horas libres durante más de un año y medio, coordinados por el hermano mayor, José Joaquín Alcalá Pérez, que supo atraerse igualmente a la Comisión Organizadora a destacadas personas de los círculos políticos, financieros y culturales de la localidad, así como presidente de honor a Su Majestad Juan Carlos I.
Como prólogo, en los últimos meses de 1993, se iniciaban los actos con el pregón del IV Centenario pronunciado por el párroco local Pedro Crespo, y se presentó el cartel anunciador diseñado por los mismos cofrades; actos terminados con una copa de fraternidad; a Córdoba se lleva la imagen para que la restaure Miguel Ángel González; se encargan de la organización de la vigilia y procesión de la Inmaculada, donde al principio se reparten velas a todos los asistentes y después de la misa concelebrada se invita a un bocadillo popular de caballa y atún, al pie de la torre de la Asunción a todo el que lo deseó.
El mes de enero de 1994, y alrededor de la fecha de creación de la Cofradía, se concentraron numerosos actos, tanto de culto como culturales. En la capilla de la Virgen se realizó la «II Exposición de Filatélica Local», colocándose una estafeta de correos con sobres y matasellos creados para la ocasión. El día del centenario, 20 de enero, se desplegó en la fachada de la iglesia un gigantesco cartel anunciador, presentándose a continuación un vídeo de la vida cofradiera del año 1993. En esta semana se oficiaría un triduo al que asistieron numerosos cofrades y fieles, culminado con un almuerzo, rematado con una artística tarta de cumpleaños.
El tiempo comprendido desde febrero hasta la Semana Santa supo llenarse igualmente con actos lúdicos, sentimentales y religiosos. Para la Candelaria, se recuperan las en otro tiempo populares fiestas de la bendición de las hogazas de pan, donde por una moneda se pudo degustar una rosca acompañada de bacalao y aceitunas majás, y hacer más tarde los famosos «rincoros» alrededor de una gigantesca hoguera colocada en el centro de la Plaza de San Pedro, donde el calor humano se mezcló en amistad con el desprendido por los tablones mientras ardían; para el inicio de la primavera, se echó la vista atrás, y subió el termómetro de la emotividad cuando se cumplimentó, en un acto de lo más emocionante, un homenaje a los antiguos costaleros, a los que se entregó el logotipo del Centenario, realizado en metal dorado.
El prólogo de la Semana Santa se llenó con la aparición del número 2 de la revista «El Cofrade», elaboración del cartel oficial de la Semana Santa prieguense, un concierto de la «Banda Municipal de Música» donde se presentó la pieza «Soledad mater amantísima» de José Molina Cubero, una misa rezada en sufragio de todos los cofrades fallecidos, y la organización del ya tradicional pregón de la Semana Santa, pronunciado por el consiliario y entonces párroco de la Asunción, Manuel Cobos. Durante la semana de penitencia, se realizaría la vela del Jueves Santo y la estación de penitencia del Viernes con el fervor y majestuosidad que les caracteriza. El mes de abril se llenó de alegría al recibirse el decreto del Obispo concediendo el honor de la coronación canónica para la imagen de Nuestra Señora de la Soledad y el refrendo de una misiva de Roma, con la bendición apostólica de su Santidad, mientras esto sucedía, se afanaban nuestros cofrades organizando la representación de obras del teatro por el grupo «La Diabla», a fin de recoger fondos para ayudar a las obras de restauración de la iglesia de San Francisco.
Desde mayo hasta diciembre
El mayo florido prosigue un ritmo agotador, sólo apto para esforzados titanes. Comienza con la instalación por primera vez de una artística cruz a cuyo rededor se organiza una muy concurrida verbena popular con la intervención de afamados conjuntos rocieros. El centro del mes se ocupó con los cultos y fiestas votivas, ya instituidas en 1684, donde hay septenario dedicado a la Virgen, sermones los tres últimos días, decoración exuberante de retablos, imposición de medallas a nuevos afiliados, solemne función religiosa, procesión y besamanos de la titular y rifas en el compás de los regalos donados por los cofrades y simpatizantes. Apenas terminada esta semana, se organizó una exposición de fotos antiguas, enseres cofradieros y arte sacro, la primera de su clase organizada en la localidad.
La apoteosis llegaría en junio iniciado con una procesión infantil, con bocadillo y latas de refresco de regalo para los participantes, la organización de la procesión del Corpus Christi y un triduo a San Antonio, con acto de convivencia y cocina casera como final. Como prolegómenos de la coronación, se contó con la bella oratoria de Ángel Aroca Lara, Director de la Academia de Córdoba, quien pronunció un pregón histórico, y se organizó un triduo, cada día celebrado en una de las tres parroquias prieguenses. Y así llegó el 26 de junio de 1994 que pasará en negrita a los anales de nuestra historia local, pues se coronó en olor de multitudes a María Santísima de la Soledad. La ceremonia empezó en San Pedro, donde se inició la procesión a través de unas calles engalanadas; al llegar a la iglesia del Carmen se unió el Obispo y su cortejo que caminaron hasta la Fuente Rey donde esperaba una multitud de fieles; la bien construida homilía episcopal empezó: «No hay que decir nada, sino abrir los ojos...». Apenas la corona se colocó sobre la delicada cabeza de la imagen, el público asistente empezó a aplaudir estrepitosamente, mientras una salva de cohetes tronaba en los cielos haciendo los honores a la ya Madre y Reina, y la coral cantaba el «Aleluya» de «Haendel». Después, actuaría el grupo de «Los Seises» de la Cofradía, creados expresamente para la ocasión por el cofrade de Salvador Calvo.
Todos los actos arriba reseñados contaron con el acompañamiento de bandas musicales y marciales, corales, grupos de canto polifónico, gregorianos y rocieros que añadieron arte musical el de las flores que adornaban cada retablo. En agosto, se le dio una cena homenaje a los «hermanos predilectos del '94», nombramiento que recayó en José Molina García, Francisco Serrano, Salvador Pareja y las esposas de los dos últimos, María Josefa Arnau y Mercedes Morales. Ya en septiembre, se despidió con un homenaje al consiliario Manuel Cobos, trasladado a Córdoba. El último mes del año se llenó con la presentación de tres libros, presentados por Juan Aranda Doncel, numerario de la Academia, titulados «Crónica del IV Centenario», «Inventados históricos y actuales» y «Soledad en todos» de este cronista y como colofón el Obispo quiso cerrar esta conmemoración desplazándose a Priego para celebrar una Eucaristía de agradecimiento, con cuya reseña iniciamos este artículo.
Infinidad de comentarios laudatorios tomaron asiento en cada una de las tertulias del pueblo, alabando el caudal abundante de los actos celebrados con tanto éxito y asintiendo con la cabeza cuando se enteraron que la redacción de la revista local «Adarve» había declarado, por unanimidad, «Prieguense del año 1994» a la «Real Cofradía del Santo Entierro de Cristo y María Santísima de la Soledad Coronada». Desde luego se lo merecían, el simbólico color amarillo, oro de sol, había iluminado con otra luz a un pueblo sorprendido.