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21. LAS MURGAS DE CARNAVAL
Murgas de Carnaval de las primeras décadas del siglo XX.
© Enrique Alcalá Ortiz
Otra manifestación folklórica, popular y priegueña de raigambre tradicional, que se sumaba al alboroto de las fiestas de los Carnavales, eran las murgas.
Un puñado de amigos unidos por la amistad, con algún oído musical, con ganas de pasarlo bien, y al mismo tiempo obtener unas pesetas era la condición necesaria y suficiente.
Hemos tenido la suerte de poder charlar amigablemente con alguno de aquellos chicos -hoy venerables hombres maduros de más de setenta años- que nos han pintado con sus recuerdos el cuadro multicolor de aquellos carnavales "de antes de la guerra", en los cuales ellos eran protagonistas destacados: don Manuel Salazar Bonilla, don Miguel Ruiz Gámiz y don José Mateo Porras eran componentes de una de las más famosas murgas de entonces. Con sus recuerdos hemos confeccionando el comentario siguiente.
Aquellos sí que eran años, nos divertíamos de una forma sana y alegre. En nuestra murga salíamos quince o veinte, a veces, más. Unas semanas antes de que llegara el Carnaval, en casa de nuestro director, que se llamaba Paquillo, o en alguna cochera cedida por un amigo, ensayábamos, después de nuestro trabajo, las coplas que se cantarían durante los tres días de Carnaval y el domingo de Piñata.
La música era copiada, como muchos de los componentes pertenecíamos a la Banda Municipal de Música, teníamos acceso e información sobre diversas clases de partituras. Entre ellas seleccionábamos las que más se adaptaban a nuestros gustos y necesidades. Nosotros no sabíamos componer música. Las letras sí eran originales. Nuestro director, que tenía un genio y una gracia extraordinarios se inventaba muchas letras. Otras veces, poetas locales se llegaban y nos entregaban algunas poesías cuyo tema era algún suceso del pueblo. Siempre cantábamos más de veinte coplas, puesto que durante todo el año se iban sacando de las anécdotas graciosas y acontecimientos sobresalientes para hacer una crítica satírica, humorística, irónica y graciosa. Salíamos dos o tres murgas. La nuestra era una de las mejores, y no lo decimos con ánimo de orgullo petulante, sino porque se daba la circunstancia de ser músicos algunos de los del grupo, los otros componentes eran voces, teníamos a nuestra disposición los instrumentos musicales que eran propiedad del Ayuntamiento. La nuestra llevaba dos clarinetes, Mateo y Miguel: saxofón, Salazar; platillos, bombo, trompeta, bombardino y trombón. Las otras tenían instrumentos más pobres. Con canutos de caña, papel de fumar e hilo se fabricaban, unos pitos, un vibrato. Actualmente se venden en los comercios, pero entonces no pasaba esto. Se solían también acompañar de tambores, y, a veces, zambombas y flautas.
Las murgas no tenían un nombre especial, cada año se les daba uno diferente que iban en relación con el tema predominante: betuneros, camareros, carboneros, miopes, etc. Casi todos éramos jóvenes con gana de fiesta. Mujeres no había ninguna. Ellas sólo eran observadoras. En este canto de crítica satírica no participaban, aunque la mayoría de las coplas hacían referencia a las mujeres.
La ropa que usábamos era muy simple. Se pagaba con lo que sacábamos pidiendo, pero las ropas eran muy económicas. Una vez nos hicimos unos uniformes formidables, exactamente, un frac que nos confeccionaron con tela negra de forrar ataúdes. El pantalón anchísimo de listas, y una corbata roja, gigante. Los bombines nos costó mucho trabajo conseguirlos. Todo aquello importó un total de doce pesetas o cosa así. Por calzado usábamos alpargatas, sandalias, zapatos con enormes hebillas, según el traje del año.
La organización de las murgas era una cosa espontánea, una cosa entre amigos. No eran financiadas, ni patrocinadas por organismos oficiales, partidos políticos o cofradías. No recibíamos ninguna clase de ayuda económica, ni de ninguna otra. Ni se organizaban concursos donde se pudieran conseguir algún premio. Así que nosotros buscábamos la financiación de las siguientes formas; dos de nosotros con trajes iguales a los que cantaban, con sombreros en la mano, iban recabando del auditorio alguna ayuda económica. Echaban una perrilla, una gorda, un real. El que daba una peseta, ¡uh!, era un buen regalo. La otra forma de ganar dinero consistía en que la imprenta, en unos pliegos sueltos, nos imprimía las coplas del año, que se vendían a un real o dos, al mismo tiempo que se tocaba. Algunos años, también íbamos -subidos en el cajón de una camioneta- a las aldeas de los alrededores para ampliar el auditorio y engrosar la bolsa. El último día repartíamos de una forma igualitaria toda la recaudación, deducidos los gastos, todos nos llevábamos la misma parte: director y murguistas. Repartíamos a tres o cuatro duros. Para unos muchachos como nosotros aquello era una fortuna, cuando una copa y una buena tapa costaban un real.
Aproximadamente a las once de la mañana, de casa del director o de donde ensayábamos, se salía formados y marchábamos tocando pasacalles. Visitábamos al Alcalde, a quién cantábamos todo el repertorio. Después a tocar por todo el pueblo; al llegar a una esquina el director decía: "Aquí", formábamos corro y tocábamos, a las órdenes de su batuta. La gente se arremolinaba en derredor nuestro, nos convidaban, echaban dinero y compraban los pliegos para conservar las coplas. El gran alboroto se formaba en el Paseíllo, donde acudían todas la murgas a interpretar y a cantar. Se formaba un barullo enorme con máscaras, rincoros y juerga. Si había música, nosotros acabábamos antes, pues luego se tocaba ahí en la Plaza para que las máscaras bailaran y disfrutaran. Entonces el Paseíllo -ya lo han quitado estaba en alto. Tenía una pared a todo alrededor y escalinatas de acceso para subir. Pero eso lo han rebajado. Construyeron un escenario para que pudiéramos tocar cuando lloviese.
A todo lo largo de las primeras décadas del siglo, las murgas experimentaron diferentes altibajos. Fray Liberto (seudónimo), el año 1915, como hemos visto más arriba, nos comentaba en el periódico local Patria Chica, algunas notas sobre las murgas de ese año.
En los años veinte y treinta hubo un incremento de murgas, como lo demuestra el buen número de coplas que hemos recopilado oralmente. El Carnaval de 1936 fue el último que salió en Priego. Hoy día, en numerosos pueblos y ciudades de Andalucía, han vuelto a renacer con una vigorosa fortaleza. Aquí existen intentos de ciertos grupos que deseaban resucitarlos de nuevo. ¡Qué consigan sus objetivos!
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