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LAUREANO CANO RAMÍREZ
Músico y compositor. Motor de la cultura musical prieguense durante muchas décadas.
Homenaje de admiración
Por José Luis Gámiz Valverde
La Sección de Literatura y Bellas Artes del Casino de Priego, al cumplirse el próximo día 4 el primer centenario del nacimiento de Don Laureano Cano Ramírez, dedica hoy las páginas de ADARVE al recuerdo y exaltación de aquel buen músico, eminente maestro y fecundo compositor ?en quien se dieron cita envidiables cualidades artísticas poco comunes? que, a lo largo de media centuria, consagró la mayor ilusión de su vida a la noble y no fácil tarea de hacernos entender, sentir y valorar las excelencias de la música clásica.
Don Laureano Cano Ramírez no había nacido en Priego, vio la primera luz de este mundo el 4 de Julio de 1.862 en Alcalá la Real ?la vieja Alcalá de Aben-Zayde?cuna de hombres ilustres, de inspirados artistas como el gran escultor Martínez Montañés y la poetisa y compositora María del Pilar Contreras. Era hijo de un músico, Don Manuel Cano Bollón, Director de la Banda de Alcalá, autor de distintas composiciones, que había instrumentado para Banda las oberturas de las óperas, entonces tan en boga de Rosini, Bellini, Donizetti, etc. y que tocaba muy bien los distintos instrumentos de viento, especialmente la flauta y clarinete. D. Manuel pasó los últimos años de su vida en Priego, junto a su hijo, donde falleció en 1.920, a los 84 años de edad.
Su madre se llamaba Doña Primitiva Ramírez Aguilera, de nacimiento alcalaína, culta y bondadosa, que supo transmitir tan bellas cualidades al corazón del niño.
El progenitor de Cano Ramírez le enseñó con cariño solfeo y conocimiento musical de los distintos instrumentos de viento, que no tardó mucho en manejar con singular soltura, al extremo de que muy niño, con diez años, llamó la atención en un concierto como solista de flautín. En el piano y órgano tuvo la fortuna de que le diera clase el ilustre Maestro Pulido. Pronto se día cuenta éste del temperamento y de la fina sensibilidad artística del alumno, que sabía recoger los matices y las indicaciones que la hacía en los instrumentos de teclado. A la vez cursó los estudios de violín, donde tuvo una condiscípula de gran relieve: Clotilde Pulido, hija del profesor de piano.
En el Instituto General y Técnico de Jaén logró el bachillerato, con buenas notas y cuando se disponía al estudio de la medicina en Granada, abandonó la Universidad ?como más adelante hiciera Turma ? para dedicarse por completo a sus predilectas aficiones musicales.
Apenas contaba dieciocho años, el joven maestro, cuando vino por primera vez a nuestra ciudad, como violinista en las fiestas de Mayo; y en 1.883, producida la vacante de organista de este arciprestazgo, por fallecimiento del maestro D. José Cruz, se convocaron oposiciones, que se celebraron en la Catedral de Córdoba, ante el eminente maestro D. Juan Antonio Gómez Navarro, ganándolas brillantemente D. Laureano, a pesar de haber contendido con otros dos buenos músicos. Entonces nació su amistad con el Maestro de Capilla de la Catedral cordobesa, con el que luego habría de colaborar en distintas producciones musicales y aún como ejecutante en varios conciertos. D. Carlos Valverde cuenta en sus «Memorias íntimas y populares» como «llamó la atención aquel joven adolescente que dirigía la orquesta en la octava del Corpus de 1.883». Desde esa fecha Don Laureano Cano quedó unido a Priego para toda su vida.
Era natural que en torno a la figura de aquel joven maestro y compositor ?ya había escrito algunos motetes y piezas breves? ejecutante ardoroso de numerosos instrumentos, especialmente órgano, piano y violín, comenzaran a menudear alumnos y admiradores, no solo de Priego sino de otras ciudades, atraídos por la subyugante personalidad y los nuevos métodos didácticos del profesor. Así inició el ejercicio de un largo, serio y fructífero magisterio, proyectado pocos años después al aula del Casino, para extenderlo definitivamente a la magna de toda la ciudad.
Atraído por la simpatía y belleza de una de sus más apreciadas discípulas, la Srta. Conchita Rubio Ruiz, contrae matrimonio con ella el 12 de Julio de 1.888; y de esta unión nacerían nueve hijos que, por el ambiente, serían casi todos filarmónicos y dos de ellos músicos excelentes: Laureano, fallecido en la flor de su juventud, cuando cumplía los diecinueve años, en 1.908, y acababa de terminar con notas brillantes sus licenciaturas en Derecho y Filosofía y Letras por la Universidad de Granada y a la vez ponía término a la carrera de Música, y Alonso, de indudable temperamento artístico, que mantiene hoy, con brío y pujanza, la herencia pianística de su progenitor.
Alternaba Don Laureano las clases a sus discípulos, su diario concierto en el Casino, de nueve a once de la noche, y las obligaciones de organista, con
sus horas de estudio y de entera dedicación al piano y violín, en la sala de trabajo ?cuya fotografía hemos traído a estas páginas?, y gustaba ir a los conciertos de buena música que se daban en Madrid, Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga y Córdoba. En la Villa y Corte conoció a Fernández Caballero, Bretón y Jerónimo Jiménez; en Cádiz hizo amistad con Falla; en Sevilla fue presentado en 1.903 al gran pianista D. José Tragó al acabar un recital en el Teatro San Fernando. Y en Córdoba tuvo contacto con todos los buenos músicos: Martínez Rücker, Gómez Navarro, Lucena, Villoslada y Serrano. En 1.926 acudió a una cita de Falla en su carmen granadino, acompañado de su hijo D. Alonso y de D. Francisco Calvo. Quería conocer algunas composiciones, especialmente la musita de los Hermanos de la Aurora. La entrevista fue cordialísima y D. Manuel les tocó al piano el preludio del Retablo de Maese Pedro.
De la imaginación creadora, jugosa y feliz, de Don Laureano Cano, brotaron numerosas obras para orquesta, órgano y piano. En el orden religioso compuso varias misas para orquesta y una a dos voces y órgano, que se han cantado en nuestras funciones de Mayo. En colaboración con Gómez Navarro figura, entre otras cosas, un Quinario a Nuestro Padre Jesús Nazareno, para orquesta, con letra de Don Carlos Valverde, que se estrenó en 1.885. Una gran Letanía orquestada. Una Salve a tres voces y orquesta. Y numerosos Gozos al Corazón de Jesús (del que era devotísimo), Coplas a las Vírgenes del Carmen, de las Mercedes y de la Aurora, sin olvidar Villancicos y otras piezas breves.
En el campo de la música profana brilló aquella rica fantasía, al conjuro de sus sólidos conocimientos armónicos y de una atinada pericia contrapuntística: valses, fantasías, mazurcas, pasacalles estudiantiles, nos hablan de su garbo y de su competencia. En el orden escénico recordamos las zarzuelas «El Dómine» y «La Pastorela», con libreto de Don Carlos Valverde, y el juguete lírico «Bartolillo» de Don Manuel Rey Cabello.
Como intérprete tuvo el raro privilegio de ser un magno pianista y un óptimo violinista, venciendo las dificultades técnicas que habría de imponerle su virtuosismo, anheloso siempre de superaciones. Como maestro mereció parangonarse con los mejores de su tiempo: tanto fue así que durante diez años me enseñó solfeo y piano y al ampliar estudios en Madrid, los años 1.918 y 1.919, con Don José Tragó (figura cumbre) no encontré fundamental diferencia metodológica, estilística ni interpretativa.
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