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MÁS VALE MAÑA QUE FUERZA
Poesía festiva.
Suegra y esposa dominan al marido, hasta que las cosas entran en razón.
Carlos Valverde López
En la ciudad de Jaén
vivía un señor Don Lesmes
más bueno que el pan y más
que el bíblico Job, paciente.
Tenía el tal por esposa
no una mujer, una especie
de viborilla con faldas
que usaba por nombre, Irene.
Si la mujer era víbora,
era la suegra serpiente
y no la llamo... (lagarto!)
por llamarse Nicomedes.
Le suegra y la esposa estaban
en lucha terrible siempre
con el yerno y el marido
que era mártir doblemente,
pues entre las dos le daban
al pobre cada julepe
que le ponían a punto
de que le echaran el «Réquiem».
En sentándose a la mesa
eran las grescas tan fuertes,
que sin comer le dejaban
y hasta sin beber, a veces,
por lo cual, haciendo un chiste,
decía aquel «in asperges»:
?Pues, señor, en esta casa
Nicomedes ni bebedes.
Pero Dios, que es tan piadoso,
quiso que en aquel albergue
de los diablos, hubiera
un ángel, y el ángel este
era la gentil Emilia,
hija del señor don Lesmes
y de su esposa, una joven
divina, de rechupete,
con unos ojos de fuego
en una cara de nieve.
Creció la chiquilla en años,
y cuando llegó a los veinte,
a falta de vocación
y gana para meterse
en cualquier convento, era
de rigor que se metiese
en el santo matrimonio
como todas las mujeres.
Pensaba en esto unánimes,
¡oh fortuna!. así don Lesmes
como su suegra y su cónyuge
y si es la muchacha?, puede
que también tuviera ganas,
aunque a nadie lo dijese,
porque en esta vida hay
silencios muy elocuentes.
Pero lo más peregrino
del caso, no es que contestes
se hallaran en este punto
tan distintos caracteres,
sino que hubiera un acuerdo
más que unánime solemne
sobre las íntimas dotes
o condición preferente
que había de tener el novio.
El que casarse quisiere
con la niña, había de ser
el mancebo más valiente,
más atrevido, más rudo
y más feroz y más terne
que existiera desde Cádiz
al cabo de Finisterre.
Nada de joven almíbar
ni de pollito merengue,
allí se quería..., ¡un hombre!,
pero capaz de comerse,
no digo los niños crudos,
¡los viejos en escabeche!
Tomado el acuerdo, diósele
publicidad conveniente
insertando en los periódicos
un anuncio como este:
«Pacto de familia: sépase
que una casa rica, fuerte,
ofrece la blanca mano
de Emilia Cordero y Sierpes,
con dos millones de dote,
al que mayor prueba diere
de valor, de fortaleza,
y de osadía y de temple:
cuanto más bruto, mejor,
pues eso es lo que se quiere.
Jaén; calle de Don Lope
de Sosa, número veinte»
Las razones que existían
para que todos quisiesen
que el novio de Emilio fuera
tan salvaje se comprenden:
doña Irene la feróstica
y su madre Nicomedes,
porque como ya tenían
entregado al buen D. Lesmes
y no quedaba en la casa
un hombre con quien romperse
la cabeza, en su deseo
de seguir la gresca siempre,
buscaban un enemigo
digno de ellas, que mordiese,
y éste había de ser el novio.
El pobretico D. Lesmes
por ver si entraban en casa
unos calzones que fuesen
mejor puestos que los suyos,
y a su suegra y a la Irene
les rompían las costillas
o les saltaban los dientes.
Y Emilia, porque sabiendo
que si tomaba un pelele
por esposo, quedaría
viuda prematuramente,
deseaba que su futuro
fuera temerario, fuerte,
capaz de imponerse a «tutti
cuanti» poniendo en un brete
a su madre y a su abuela
y a todo bicho viviente.
Conforme, pues, la familia
en este punto, y habiéndose
publicado en los periódicos
el suelto correspondiente,
era de esperar que pronto
los aspirantes viniesen
en demanda de la chica
y al mismo tiempo del «récipe».
¡Y tan pronto como vino
el primero de la serie!
No bien publicado el suelto,
anunciaron a D. Lesmes
que un gran señor, o «señor
grande» deseaba verle.
?Qué pase enseguida? dijo,
y en tanto constituyéronse
todos los de la familia
como en tribunal solemne,
para juzgar de los dotes
que tuviera el pretendiente.
Compareció el susodicho; era más que hombre un buey
por sus atléticas formas
y su rudo continente.
?Vengo?dijo?por la niña
que quieren casar ustedes.
?Enhorabuena, aquí está-
le contestó el buen D. Lesmes,
?pero, ante todo, sepamos
los méritos que usted tiene.
?¿Mis méritos? Allá van?
y habló del modo siguiente.
?Yo me llamo Rudesindo
Quintañón y Mazafuerte,
soy natural de Buitrago
y un buey me trago muy terne,
peso dieciséis arrobas
por no decir diecisiete,
y llegaré a dieciocho
en la bellota que viene.
No hay fuerzas que me resistan,
ni pulso que yo no vuelque,
ni caballo que no dome
ni toro que no sujete;
a bruto no hay quien me gane,
y en lo que toca a valiente
D. Juan Tenorio seria
mi Ciutti si reviviese.
Yo no gasto armas de fuego
ni navajas de Albacete
me basta con estos puños,
pero aquel a quien le estreche
la nuez, tengo por seguro
que en Toribio se convierte.
(Oyendo tales bravatas
relamía D. Lesmes
como diciendo: «este tío
es el que a mí me conviene,
porque me deja sin suegra
y hasta viudo en dos meses»).
Y seguía D. Rudesindo
Quintañón y Mazafuerte:
?¿Hombrecitos a mí? Micos
los más bravos me parecen;
y si no ¡que vengan hombres!
¡que vengan!?mas doña Irene
atajándole, replica:
?Muy bien; ¿y con las mujeres?,
¿qué hace Vd? ¿cómo las trata?
¿qué concepto le merecen?
?¡Oh, mi señora!?responde
D. Rudesindo?tan fuerte
como yo soy con los hombres
soy con las mujeres, débil.
«Con las damas no hay peleas»;
este fue mi lema siempre.
-Pues señor D. Rudesindo
Quintañón y Mazafuerte-
(dice D. Lesmes)? lo siento,
pero usted no me conviene.
?¿Por qué??. Tengo mis razones
que no he de explicarle y.. puede
marcharse usted cuanto guste.
?Mas...¿he molestado??déjese
de circunloquios y...?¡Basta!
-Adiós, a los pies de ustedes.
-Pues señor, ¡valiente timo
iba a darnos el tío ese?
dijo viéndole salir
la señora Nicomedes;
?Si es más cobarde que tú,
mi queridísimo Lesmes.
?¿Yo cobarde??¡Punto en bocal,
si no quieres que te tiente...
?Vamos, abuela, mamá?
interrumpió Emilia;?dejen
a papá que es un bendito
y que con nadie se mete
(En esto asomó el criado
anunciando que un teniente
coronel, pedía audiencia!
?¡Un militar! ¡todo un jefe!?
exclamaron al unísono
las cuatro voces: ?¡Qué entre!
Apareció de uniforme
el segundo pretendiente
luciendo bastantes cruces
y marcando el sonsonete
de sus espuelas, lo mismo
que si fueran cascabeles.
Entró, como por su casa,
fumando y calado el kepis,
avanzó sin saludar,
sentase resueltamente
cruzó un muslo sobre otro
y así dijo el muy zoquete:
?Me llamo Don Valentín
Valentiniano Valiente,
y mi nombre y apellidos
ya podrán decir a ustedes
que el Cid Campeador sería
a mí lado un mequetrefe.
Como no habrá en toda España
quien más títulos ostente
para aspirar a la mano
de Emilia Cordero y Sierpes,
yo, D. Valentín., etcétera,
vengo por ella. ‑Corriente-
responde el padre ?mas antes
es menester que usted pruebe...
?¿Qué ha de probar? ?Esa fama
que tiene usted de valiente.
?¿No lo dice mí uniforme?
Estas insignias que penden
de mi pecho ¿no lo dicen?
Yo me he batido cien veces;
yo hice toda la campaña
de Cuba, yo puesto al frente
de un escuadrón de lanceros
ataqué a diez mil rebeldes
que había en Cácara-jícara
y solo quedaron siete.
Yo fui después a Manila,
y en los tagalos de allende
produje gran mortandad
al golpe de mi machete.
¡Zis- zas!, corto una cabeza,
¡zis-zas! atravieso un vientre,
¡zis-zas! descoyunto un brazo
¡zis-zas!.. (Doña Nicomedes
suelta de pronto la risa
oyendo tales sandeces,
no tan solo por oírlas,
sino por probar el temple
del teniente coronel
con respecto a las mujeres).
?¿Qué es eso? ¿Vd. se me burla?
¿Qué es eso? ¿Vd. no me cree??
Dice el militar. ?Señor?
prorrumpe cínicamente
la suegra?¡usted es un cursi!
?¿Yo cursi?, ¿yo cursi?... Déle
señora, gracias a Dios
por vestir faldas; si fuese
usted un hombre... ¡zis- zas!
pero yo con las mujeres...
?Pues señor D. Valentín
Valentiniano Valiente?
dice D. Lesmes?lo siento,
pero usted no me conviene.
?Ni Vd. me conviene a mí?
prorrumpe irritado el jefe
?Ni la niña, ni la madre
ni nadie de su progenie.
?Pues por la puerta...?Ya sé,
se va a la calle. ¡Qué gente!
Y sin saludar siquiera
se alzó colérico y fuese.
?Vamos, que tú no te casas
Emilia -dijo D. Lesmes
cuando salió el militar, ?
porque ningún pretendiente
las condiciones reúne
de valor, con las mujeres,
que son las que dan al hombre
el titulo de valiente.
?¡Yerno! -replica la suegra
calla, porque me parece
que te chungueas un poquito,
y como tú te chunguees
te doy un «tute»... (El criado
en este instante aparece
y anuncia nueva visita).
?Qué pase?dijo D. Lesmes.
Apareció un hombrecillo
de pocas chichas, imberbe,
con trazos de sacristán
y alientos de mequetrefe.
?Buenas tardes?dijo entrando ?
-Muy buenas; ¿qué se le ofrece?-
-Preguntó el padre de Emilio.
?Vengo a presentarme a ustedes
porque yo aspiro a lo mano
de lo niña. ?¿Usted pretende?...
?Justo, casarme con ella
si la muchacha me quiere.
?Me parece usted muy poco...
Interrumpió doña frene.
?Muy poco ¿qué??Poco hombre.
?¿Quiere usted que se lo pruebe?
?¡Un cuerno! ¡Usted se propasa!
-gritó alarmado D. Lesmes.
?Pues claro, si a propasarme
vengo yo precisamente
?Hombre; ¿tan bravo es usted?
-dijo doña Nicomedes
puesta en jarras ?, más que un tigre.
?Pruébelo usted ?¿Qué lo pruebe?
(¡Plim!, ¡plam! Y le dio dos tortas
con honores de mollete
que le puso los corrillos
al rojo resplandeciente).
?¡Infame! ¡pillo! ¡canalla!,
- rugió colérica, Irene.
?¿Así le pega a mi madre?
?Y a Vd. también. ¡Plim!, ¡plam! ?Cese
usted en la probatura-
dijo a este punto D. Lesmes
?que ha logrado usted, amigo,
la credencial de valiente.
-Señor D.., ¿cómo es su nombre?
?Félix. ?Pues señor don Félix,
suya es la niña. ?¡Papá!...
?No hay papá que valga: déle
usted la mano de esposo
que la ganó en buena ley.
?¿Qué hago, mamá?, ¿qué hago abuela?
?Acepta.,.?A regañadientes
contestaron ya sumisas
y humilladas las mujeres.
Diéronse entrambos las manos,
casáronse muy en breve,
se convirtió aquella casa
en una balsa de aceite,
y... aquí termina este cuento
con la máxima siguiente:
«Muy fuerte será la fuerza,
pero la maña ¡es más fuerte!
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