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ESAS CALLES TAN LLENAS DE HISTORIA. (I)
Buena parte de la historia de los pueblos está escrita en el nombre que llevan o han llevado sus calles.
© Enrique Alcalá Ortiz
l tomar contacto con un pueblo desconocido lo primero que nos llama la atención son sus calles. Si somos de la misma comarca o país, sus gentes, vistas las circunstancias de viandantes apresurados y fugaces, no dejarán de ser para nosotros, otros paisanos a los que no hemos visto desde hace cierto tiempo.
Son esos espacios, aglomeración de tabiques horadados, curados con hierro y madera, que llamamos calles, los que nos acogen y nos dan una bienvenida callada en voces, vociferante en ruidos, pero plenas de históricos sucesos, contenidos olvidados, pasiones sangrantes, negocios fraudulentos, esperanzas que se alcanzaron o que resultaron fallidas. Ellas son seno de nuestros sentidos, espectadoras mudas y cicerones de nuestros paseos.
Esa fuente a la que nadie hace caso, pues de tanto pasarla se nos muestra indiferente; esa casa solariega que contuvo estirpes hoy dispersadas y consumidas; esas piedras que tanto soportan y que han pasado de la alpargata de cáñamo y la burda albarca a aguantar el roce leve de los aros dentados de los veloces neumáticos; esos rincones ruinosos; esas estrechas, callejas de encanto perturbador; esas iglesias con su arte y su misterio; esos balcones desparramados a la altura del cuerpo, con sus férreas y artísticas rejas divisorias de amores juveniles, orejas que tanto saben de los ruidosos vecinos que parlotean los sucesos diarios.
Las calles son nuestro tiesto. Su contorno dibuja el cuadro de aquellos recuerdos que fueron nuestros. Los que somos urbanos -cortijeros en los pueblos- situamos un suceso, en un tiempo: el de nuestra vivencia; y en un lugar, casi siempre una calle: una calle con nombre.
LAS CALLES DE PRIEGO
on este título publicó Manuel Muñoz Jurado en el número extraordinario de Adarve, el 27 de octubre de 1963, la poesía que recogemos a continuación. Es un merecido homenaje que le hacemos a quien hizo bellos unos nombres, muchas veces, prosaicos.
Entró Isabel la Católica
por la Puerta de Granada,
después de pasar por Loja
y haber visitado Málaga.
Tres Obispos la acompañan
Pérez, Caballero, Albino,
el Gran Magistral Romero
y el gran Abad Palomino.
Una banda de Batanes
con un toque nunca visto
alegraban al cortejo
al Compás de San Francisco.
Entre Cana y Montenegro
Barrera Polo y Solana
hicieron una tribuna
en el Arco de Santana.
Pedro Ramírez y Estrada
Lozano Sidro y Morales
cumplimentan a la Reina
con sus cartas credenciales.
El Conde de Superunda
y el gentil Marqués de Priego
se pusieron en contacto
con el Cardenal Cisneros.
Mercedes, Carmen y Angustias
las tres damas querubines
adornan todo el Palenque
entre Flores y Jazmines.
La Reina se recorrió
toda la Huerta Palacio
para subir al Castillo
donde estaba San Nicasio.
Isabel concede Gracia
con poderes que atesora
pues a Álvarez Cubero
le dio la Cruz de la Aurora.
A Ubaldo Calvo le dio
porque le daba penica
un sitio donde vivir:
la Casería Lucenica.
Se les dio pan a los pobres
del Horno Viejo, que alivia,
pero estaba muy Tostado
y resultó de Valdivia.
La Reina se desprendió
de collares y de alhajas
al ver por el Mirador
aquellos pobres de Iznájar.
Les habló de la Argentina
de su paso por Colombia
y al Santo Cristo pidió,
que no se pare la Noria.
Se hizo una calle Nueva
y les dijo a sus alcaldes
que le dieran de beber
en el Caño de los Frailes.
Al saber el Buen Suceso
de la llegada Real
los Gitanos y los Locos
se pusieron a bailar.
Sonaban las Caracolas,
bailaban hasta los Jarros,
y Enmedio de aquel Belén
despertaron a San Marcos.
Esperanza Casalilla
la mujer de Piloncillo
le dio un abrazo a la Reina,
en el mismo Paseíllo.
Y Piloncillo le dice
a su mujer con templanza
no te metas en la bulla
Salsipuedes, Esperanza.
La reina les dijo... quiero
a las Molinos bajar
y de paso despedirme
de aquel Ramón y Cajal.
Quiero subir al Calvario
por la promesa que debo
a rezar una oración
por los Héroes de Toledo.
En busca de la Estación
atravesando un Pasillo
su majestad se marchó
por el mismo Caminillo.
Villalta nunca creyó
que la Reina se había ido
y Cañada contestó:
con ella todos San Guido.
Virgen de la Cabeza,
Santiago y San Fernando
yo quiero ver a la Reina
porque si no me da algo.
Corre por el Huerto Almarcha
y a las Parras se subió
a ver si la divisaba
y tampoco allí la vio.
Atraviesa el Torrejón,
la Cañada del Pradillo
y los vio que se perdían
por el mismo Bajondillo.
Con qué pena y Amargura
vio a la Reina trasponer,
gritando desde el Adarve:
¡viva la Reina Isabel!
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