Un grupo de alumnos y alumnas de Francés de la Escuela Oficial de Idiomas de Priego de Córdoba, acompañados de algunos familiares y amigos, han realizado un viaje de fin de curso a Figèac, un pueblecito medieval francés y a sus alrededores, cuna de JeanFranÇois Champollion, el primero que en 1822 consiguió descifrar los jeroglíficos de la Piedra Roseta, de la que se encuentra una copia en la plaza de Las Escrituras, sobre una piedra de granito negra que ocupa toda la plaza.
El objetivo principal del viaje ha sido la práctica de la lengua francesa, cosa que se ha logrado plenamente; al tiempo que también ha sido una rica experiencia que nos ha permitido conocer las costumbres, gastronomía, paisajes, etc. También a modo de anécdota, decir que comen sobre las 12 del mediodía y empiezan a cenar a las 7 de la tarde, por lo que nos ha dado la impresión a todos de estar todo el día comiendo.
Comiendo por cierto, unos magníficos quesos, patés y carne de pato, típicos de la zona y sin olvidar los "Le piché", jarritas de vino del país y sus" demi" fresquitas, cañas de cerveza, en español.
El grupo que estaba formado por estudiantes de edades que oscilan entre los 13 y los ... taitantos, ha llevado una convivencia modélica, de compañeros y amigos.
La idea del viaje a esta región, de cuento de hadas, fue de la profesora Chabela, que conocía bien la zona después de haber estado trabajando allí un curso escolar en un liceo. Tenemos que agradecerle que haya sido una magnífica guía, mostrándonos esa región desconocida para la mayoría de los españoles.
Una región donde los habitantes destacan por su civismo, ya que llama la atención el cuidado al medioambiente, la limpieza de sus calles , la puntualidad y si bien los franceses no destacan por su efusividad, hemos encontrado una atención amable y a veces calurosa. Hemos aprendido el amor que tienen los franceses por su tierra, conservando de manera perfecta su entorno.
Aparte de excursiones maravillosas, tuvimos un paseo en canoa por el río Célé durante 13 kilómetros y el descenso de algunos rápidos, que puso a prueba la capacidad de aguante de matrimonios y parejas, y que costó más de un remojón en aguas poco claras, del que costará olvidarse.
El día más especial, sin embargo fue el día en que el Tour de Francia salía de Figèac.
El día de antes, algunos voluntarios del grupo prepararon una pancarta de 7,5 metros que desplegamos el día señalado, haciendo tanto ruido que no pasamos desapercibidos ni por el mismísimo ministro francés de deportes, monsieur La Porte que se paró a leerla, ni tampoco por los ciclistas españoles que firmaron autógrafos muy amablemente. Desgraciadamente, nuestros ánimos no consiguieron que un español estuviera en el podio ese día.
Ya estamos pensando en el viaje del año que viene, al que seguramente nos apuntaremos la mayoría, ya que la experiencia nos ha dejado un agradable sabor de boca.
À bientôt.
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