Cada vez que las fuerzas de la naturaleza hacen crujir la tierra, parece como si eligieran, a su antojo, una zona geográfica determinada del planeta en la que hacer alarde de su destructivo poderío. 
           El último lugar elegido fue, como es de dominio público, Ecuador: Allí, varios apocalípticos terremotos ha hecho acto de presencia y se han cobrado cientos de vidas: humanas y de las otras. 
            Menos… selectivos parecen resultar los dichos movimientos respecto de sus inhumanas consecuencias: La corteza terrestre se rescabrajó en una zona concreta. Pero las dolorosas consecuencias no han entendido de fronteras geográficas o políticas y han hecho llegar el dolor causado a todos los rincones del mundo. Sobre todo, a los destrozados corazones de todo bien nacido, que lloran la pérdida de sus seres queridos y, con frecuencia, también la destrucción de los escasos medios de subsistencia de que disponían. 
            Es el caso de Jazmina, una trabajadora ecuatoriana que desempeña sus funciones laborales en la Residencia Para Mayores Fundación Mármol, ubicada en Priego de Córdoba. Ella se libró de las mortíferas consecuencias del terremoto. Porque no se encontraba allí. Pero también es una víctima: Su familia -en la que, afortunadamente, no hay que lamentar pérdidas humanas- sí que registra la trágica destrucción de la totalidad de su patrimonio, su medio de vida.