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08. A LA INMACULADA
Por Ángeles Valverde Castilla.
© Enrique Alcalá Ortiz
Una sola palabra del Eterno
modeló aquel prodigio de belleza,
fuente de amor, tesoro de pureza
¡qué conmueve en abismo del infierno!
¡Obra de Dios!, creación maravillosa
que adoran los angélicos querubes,
y elevándola sobre las blancas nubes
dicen ante sus pies: ?Toda es hermosa.?
En Ti vemos la página de gloria
que preludia la humana redención,
y es tan grande tu Pura Concepción
¡qué no cabe en el libro de la historia!
Tota pulchra est Maria, alcázar santo
que el Verbo escoge para su morada,
Virgen y Madre, sola Inmaculada,
toda bondad, consuelo en nuestro llanto.
Eres claro lucero que iluminas
los caminos del pobre desterrado,
cedro de castidad, huerto cerrado
complacencia de Dios, lirio entre espinas.
Estrella de Jacob, naciente aurora,
modelo de humildad, ¡bendita eres!
escogida entre todas las mujeres,
madre del pecador, reina y señora.
El mundo entero, al invocar tu nombre,
presiente sus afectos de dulzura,
y al ver su imagen llena de hermosura
te adora al niño y te bendice el hombre.
¡Cuántas veces, oh, Madre de mi alma,
al implorar tus gracias y favores
has sido un lenitivo en mis dolores
y has llevado a mi espíritu la calma!
¿Cómo te pagaré los muchos bienes
que recibo de ti? ¿Quieres mi vida?
Yo te la entrego, tuya es enseguida,
¿quieres mi corazón?, aquí lo tienes.
Grande es mi confianza en tu memoria
para vencer en todo al enemigo,
a nadie temeré si estás conmigo
si Tú me ayudas, mía es la victoria.
Orar ante tu altar, ¡0h Virgen pía!
es la realización de mi deseo,
meditar tus grandezas, mi recreo
poder cantar tus glorias, mi alegría.
¡Salve, Madre de Dios!, de amores llena
esperanza de nuestros corazones,
bendígante conmigo las naciones.
¡Salve, Virgen María!, ¡¡gratia plena!!
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