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30. QUE NO ME VISTAN DE LUTO (I)
El negro, color de tristeza.
© Enrique Alcalá Ortiz
Buena parte de las mujeres de cierta edad que pueblan Andalucía llevan ropas negras. Vestidos para tapar el cuerpo y pañuelos con que cubrir la cabeza. Tiñen de negrura nocturna los cuerpos blancos y las caras tostadas de sol. Morenas de luz y rayos, son como los olivares pringosos con dos ojos de aceituna que miran como se pierde esa luz blanca que sus ropas no reflejan, sino que absorben. Se visten de negro para calmar su pena, para recordar a sus muertos, para transmitir tristeza, para acotar terreno tabú a la alegría de vivir. El vestido blanco de la comunión sirve para un día. El vestido blanco de la novia para un rato solamente. Los trajes del disparate del Carnaval para los días de euforia, días de sinceridades compartidas bajo la máscara. Escasas son las ocasiones y corto el tiempo en que usamos ropas para manifestar alegría.
Existe como un rubor, una vergüenza colectiva a demostrar por medio de nuestros vestidos la alegría que nos embarga. Sin embargo, para la tristeza, no tenemos pudor en manifestarla de una forma constante durante días, meses y años. Creo que debería ser al contrario, a nadie debo amargar con mis penas y a todos debe transmitir mis alegrías. La diosa de la muerte tiene muchos idólatras que le rinden fervoroso culto de latría. Cuerpos que viven la muerte, cuando deberían vivir la vida. Cuerpos que matan la vida cuando deberían matar la muerte. Tanto negro de recordatorio y tantos recordatorios negros en esos vestidos negros desteñidos por la luz y el tiempo que la única ventaja que tienen es que son siempre del mismo color, siempre del mismo negro.
Aunque parezca mentira y cueste trabajo creerlo, el color negro como luto, como tristeza, como sinónimo de ausencia y pena, como símbolo social del dolor, no es muy antiguo y su implantación no la eligió el pueblo, sino que fue una elección desde la jerarquía del poder. Decreto del mando aquejado de paternal pena por la muerte del hijo. Fueron los Reyes Católicos, quienes si no, los que sintieron tanto dolor y pena por la muerte de su amado hijo Juan que cambiaron el tradicional color blanco, que por entonces indicaba luto, por el color negro. Y esto no se hizo a nivel de cortesanos, sino a nivel nacional. Desde entonces, en España el negro, color de negación y ausencias, es símbolo de muerte y hábito social de la pena.
Pero no quiero nada con el tema:
Que no me hablen de la muerte
que llegará sin llamarla
cuando menos me lo piense.
1. La muerte en vida
2388
De quererte o no quererte
no sé lo que decidir,
me vas a causar la muerte
estoy loquito por ti.
2389
El corazón llevo herido,
no tengo quien me lo cure,
que me lo hirió de muerte
el primer amor que tuve.
2390
El estar ausente mata
y yo digo que es mentira,
si estar ausente matara
yo ya no estuviera viva.
2391
Fatigas me dan de muerte
en no viéndote en un día,
si no te viera en un año,
juro que me moriría.
2392
Mi corazón pena y muere
desde el día en que te vas;
para que no sufra tanto,
dile cuando volverás.
2393
Muero moza y llevo palma
pero no la llevaré,
porque me llevo la gala
que estoy queriendo a un clavel.
2394
No me hable usted de amores
que ya estoy comprometida
con un niño cagatintas
que me va a quitar la vida.
2395
No me niegues el delirio
que tienes por mi persona,
tú te estás dando martirio
y te vas matando sola.
2396
Tengo una pena, una pena,
que si esta pena me dura,
ya le pueden ir haciendo
a mi cuerpo sepultura.
2397
Tengo una pena, una pena
y también un sentimiento
de ver que estás en el mundo
y para mí ya estás muerto.
2398
Unos ojos negros vi
en una cara morena,
y si no son para mí
me voy a morir de pena.
2399
Yo no he muerto de pena
porque no supe sentir,
a mi corto entendimiento
le agradezco yo vivir.
Variante de los dos primeros versos:
?Tengo una penita oculta
y entre ella un sentimiento?.
Y variante del segundo verso: ?y con ella un sentimiento?.
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