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07. HAMBRUNAS
Aunque parezcan extraterrestres las hambrunas están muy cerca en nuestra historia.
© Enrique Alcalá Ortiz
No todo son tajadas de carne y tacos de jamón, productos a los que antes hemos aludido. Lo vegetariano, tan de moda hoy, era una dieta obligada en estos tiempos, donde la gordura fue sinónimo de bienestar y la delgadez de hambrunas:
Comienzo por las acelgas,
luego por las espinacas;
los rábanos y las coles
que ponen la sangre blanca.
En la posguerra, vino una época de escasez que estaba inmersa en la miseria más degradante:
Los carnavales de antes
no son como los de ahora,
que antes se comía relleno
y ahora se come escarola.
Entonces se comía abundante una sopa ya citada:
De comer tanto gazpacho
te estás quedando seco,
que parecen tus ojitos
los ojales de un chaleco.
Comer algo caliente ya era una suerte:
- Entre, usted, que son maimones
y están puestos a enfriar.
- Por ser cosillas calientes,
tomaré una cuchará.
Los pequeños robos de comida eran frecuentes:
Mi suegra, la tonta piensa
que las gallinas no ponen;
y yo me como los huevos
y escondo los cascarones.
Hasta el condimento sufre transformaciones. Del azafrán se pasa a un sucedáneo:
Ahora todas saben mucho
y le falta lo mejor
que guisan con Aeroplano
que sólo le da color.
Con buena razón un muerto de hambre, que está en los huesos se remedia de esta forma:
Tres meses ha que no como,
me tiene abatido el hambre,
me pongo en las piernas plomo
porque no me lleve el aire.
Por eso se aconseja no casarse con los mozos con pocos recursos económicos:
No te cases con pastor,
que comerás pan duro;
cásate con jornalero
y no comerás ninguno.
Si no se obedece, estas son las consecuencias que nos recuerdan aquella famosas "Nanas de la cebolla" que Miguel Hernández compone en la cárcel, al conocer lo que comía su hijo:
Una recién casada
puso una olla,
con una cántaro de agua
y una cebolla.
Como no se tienen los alimentos, se echa mano al sueño que lo suplementa:
Si la mar fuera de vino
y las montañas molletes
y la tierra fuera queso:
¡qué tragos y qué zoquetes!
La mejor medicina para curar estas carencias es la broma. Reírse de nosotros mismos es una terapia reparadora de ánimos y necesidades:
Si mi marido se muere
no es por falta de alimento
que a la cabecera tiene
un tomate y un pimiento.
*
El corazón de una pulga
sabiéndolo gobernar
tiene un almuerzo y merienda
y una cena regular.
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