© Enrique Alcalá Ortiz

         Contemplo la piscina de otoño.

 Está sucia de dejadez

y fría de entretiempo,

verdosa como los árboles renacidos

de  la primavera.

Le da envidia al ocre-amarillento

de las hojas moribundas

de la floresta del contorno

decadentes de frío

que sonrojan su movimiento

en una indiferencia rítmica.                   

Las ovas y las ramas muertas

aposentan su existencia sin sabia viva

y cuerpos de humus

de materia orgánica contornean movimientos

donde los insectos,

-zapateros sobre todo-

dibujan sus huellas circulares

mientras buscan bocados de alegría

para sus minúsculos estómagos.

Dentro de poco

renacuajos de rana y de sapos

encontrarán aposento y humedad

hasta que el calor del verano

y los bañistas vuelvan

con sus bañadores de colorines.

La química artificial es implacable.

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