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03. AÚN VIVES, ABUELO ENRIQUE
Familia.
© Enrique Alcalá Ortiz
Aún vives, abuelo Enrique,
no estás muerto, gran amigo,
todavía.
Tu familiar nombre Quique
es evocado conmigo
cada día.
Música se troca el viento
en los cipreses del cielo
sin saber,
que su canto es movimiento
que sube del bajo suelo
hacia él.
Agricultor medianero
de biografía sencilla
y ordenada:
fuiste un maestro alfarero
en el telar de la arcilla
colorada.
Con tu torno de pedal
hacías circunferencias
con los pies,
y nacía la ideal
obra llena de las ciencias
del saber.
Fuiste poeta sencillo,
con tu acertada frase
sin bruñir,
soñabas como un chiquillo
y querías que rezase
al dormir.
Moras en mi corazón
y también en mi memoria,
gran abuelo.
Supiste darme ilusión
al dejarme con la gloria
de tu cielo.
Sangre de mi porvenir,
eres un vivo con suerte
celestial,
ya que tu vida es dormir
por encima de la muerte
infernal.
Te recuerdo en el sillón
todas las tardes sentado,
esperando
recrearte en la emoción
de ver sol en el tejado
alumbrando.
Te conozco en esa luz
que ilumina tu camino
de consejos
dichos en buen andaluz
y pegados a mi sino
no están lejos.
El viento me trae flores
de tus huertos recogidas
dulcemente,
ésas que eran tus amores
y que hoy están escondidas
en mi mente.
Pasan los años. No pasan
las sonrisas de tu cara
sonrosada.
Son panaderas que amasan
la mirada que yo amara,
no olvidada.
Aún vives, mi buen abuelo,
vives conmigo mi vida
pues vivir,
será por siempre un anhelo
que me dio tu despedida
al morir.
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