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08. LA HORA DE UN JUBILADO
Jubilaciones y homenajes.
© Enrique Alcalá Ortiz
Mil novecientos sesenta
y nueve, según recuerdo,
con el verano finando
en las afueras del pueblo
inauguramos dos naves
que se partieron por dentro,
y con bancas colocadas
por colegio las tuvieron.
Los contornos eran huertas,
los accesos un infierno.
Para abrir aquellas aulas
hacían falta maestros,
y maestras, -Dios me libre
del llamado sexo opuesto-,
que con ilusiones nuevas
estaban siempre contentos
y eso a pesar de lo exiguo
que se cobraba por sueldo.
¡Pero esa es una cuestión
que aquí no viene a cuento!
Un miembro de aquellos profes
que serían los pioneros
se nos jubila por ley;
después de veintiocho años
de dedicación al puesto
deja de venir al centro;
por eso hoy estamos juntos
alrededor del sujeto
llamado Rafael González
y López de sobrepuesto.
Rafa González por todos
es nombrado el buen maestro,
un gran maestro que fue
del gran Camacho Melendo.
En mis ojos brotan lágrimas.
Son de alegría y contento
se nos marcha de dar clases,
para estar en el recreo.
Que bien ganado lo tiene
con todo merecimiento.
Dejad el llanto mis ojos,
¿no veis pues cuán satisfecho
tiene Rafael el rostro
por este acontecimiento?
Recreo
Las horas con tantos niños
te parecen ya lejanas.
Aquél que llegaba tarde,
aquél que tanto te hablaba,
aquél que el cuaderno deja
abandonado en la casa,
aquél que manda a sus padres
porque se le regañaba.
Los niños son un tesoro
y sus opiniones santas.
Además los hay que estudian
como una excepción rara.
Rafa a todo hizo frente
con la sonrisa en la cara,
tan amable y bondadoso,
sociales dicta con calma.
De la Prehistoria al Medievo,
la Reconquista o Cruzadas,
se inundaron tus lecciones
con tu cultura y palabra.
Aprendieron de ti historia
del pasado y del mañana.
Tu huella se grabó en sus cuerpos,
y tu talante en sus almas.
Si bien, antes de todo esto,
a las siete la mañana,
el reloj rompe el silencio
y se mete entre las sábanas.
Rafael se despereza
y al momento se levanta.
El cuarto de baño espera
para derramar el agua.
Después llega el afeitado,
pelo a pelo de la barba,
el rasurado comienza,
mejor dicho cana a cana.
A los ciento dos minutos
se quita las alpargatas
y empieza la operación,
creo, que más delicada
¿Os preguntaréis cuál es?
Es fácil averiguarla
la limpieza del calzado
que luego él luce y calza.
A eso de la media hora
lo opaco se abrillanta
ya sea negro o color,
el cuero brilla y exhala
olor a cremas y ceras.
Después los cordones ata.
De esta guisa, tan compuesto,
Camacho Melendo aguarda.
Siempre llegaba a su hora,
¡para eso madrugaba!
Recreo
Y si veinte años son nada
como proclaman los tangos,
treinta años en el colegio
será algo insospechado:
batiste todos los récordes
andaluces, del Estado,
y en el libro de los Ginness
seguro vendrás nombrado.
Tu hazaña sin parangón
se publicará en un bando
para que sirva de ejemplo
a educador y educando.
Si fuiste un buen maestro,
serás un buen jubilado.
Jubilación que de júbilo
llena jubiloso el ánimo.
Amigo de los amigos,
y por ellos estimado,
tu sencillez se transforma
en un collar ensartado
de personas que te quieren,
que te tienen encerrado
allí donde se conservan
los tesoros más preciados.
Rafael, por tus amigos
eres querido y amado.
Te quieren porque eres bueno,
gran trabajador y honrado,
riqueza que tú repartes
a los que están a tu lado,
amigos y compañeros,
entre cofrades y hermanos.
Hermano, hermano, hermano,
que el Cristo de Buena Muerte
que llevas el Viernes Santo
te proteja en estos días
que pasarás jubilado.
Que disfrutes, vivas mucho,
con tu Enriqueta al lado.
Que tus hijos y tus nietos,
familiares y allegados
siembren en tu corazón
-porque los tienes ganados-
días de sosiego y paz...
¡y nosotros los veamos![1]
En el homenaje a Rafael González López. Priego, 25 de junio de 1997, con motivo de su jubilación.
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