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13. INCONGRUENCIA
© Enrique Alcalá Ortiz
Las ranas de los charcos
no tienen plumas para escribir.
Los pavos tienen plumas a centenares,
pero no escriben.
Les gusta ser pavos, no ranas.
Ni las ranas ni los pavos
escriben mientras hablan.
No hablan.
Tampoco escriben
cuando están callados.
No escriben nunca.
No saben.
Son analfabetos para carne
o para tapa de bar caro.
Son cortijeros sin cultura.
No leen.
Son peces rana de estanque,
cantan melodías de disco rayado,
se transforman en su metamorfosis
como humanos.
Los pavos son la Navidad,
saben a paga extraordinaria,
a cena opulenta familiar.
Las ranas, gusanos de tierra,
gusanos de aire,
peces de pantano.
Sangre caliente.
Sangre fría.
La tierra no tiene sangre,
pero tiene pavos y ranas,
carne y transformación,
sangre y misterio,
boca y pico sin pelos,
plumas y superficie lisa,
aire y aire y agua.
Los pavos se ríen de su cena.
Las ranas añoran sus tapas.
Es lástima que ninguno
de los dos seres
sepa escribir,
ni hablar,
ni leer.
¡Sólo cena: guru, guru!
¡Sólo tapa: croa, croa!
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