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12. INTERVALO TEMPORAL DESENCADENADO
© Enrique Alcalá Ortiz
Tira el reloj a la yerma cuneta
de onduladas terrosidades
y mírate al espejo de tu existencia desflecada.
Nos han enseñado
a encadenar el tiempo con su armadura medida,
pero lo único que hemos conseguido
es encadenar nuestra ansia
con el contratiempo desyerbado
y el costurón de nuestras frustraciones. ¿Verdad?
Al menos un instante
cada día,
durante el desgarbado desaliño de las horas sucesivas,
deslígate del oprobio
de esta cadena invisible, sin eslabones,
que nos alinea en un marasmo
de incontroladas integraciones.
Tira el reloj
‑sin que se rompa‑
unos segundos inconmensurables.
(Después seguirás en la égida
de las instituciones esclavizadoras
para continuar igualado
a ese cenobita que anda entre pasos
con la muchedumbre efímera y apresurada.)
Sueña después,
sin dormir, no obstante,
viviendo tu velación de luz
con una diligencia de revancha perdonada.
Sentirás que un sirimiri zumbón
hormiguea tu sangre
y vacila el sirle de tu espíritu.
Ahora es libre sin tener ayuntamiento
con la bacinada de nuestro intervalo temporal.
Vive tu destiempo.
Bárbaros de nosotros
queriendo medir lo inconmensurable
con objetos mecánicos o electrónicos
y de cuarzo diminuto.
Arroja el petate de la medida
e inicia una mirada
que vaya sin dirección
a un punto no fijado.
Mantenla un tris de relámpago.
No pienses nada,
sólo mira.
Si piensas algo, esto:
mi conciencia libre
ahora es mía
y la porción de tiempo
en esta carne que me cobija
la siento deslizarse
en las lindes de mi juicio.
Siéntela pasar
sin darle pataletas estresadas.
A menudo
tu intervalo temporal
hazlo quitasueños de tus sosiegos.
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