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11. HOTEL BELVEDERE
© Enrique Alcalá Ortiz
Abandonamos Florencia
con una mirada lánguida.
Llegamos al Belvedere,
un hotel de la Mentana.
Del negro fuimos al blanco,
de la noche a la mañana,
de las tinieblas más tristes
a las luces que brillaban
con muchas tonalidades
en lo alto de la montaña.
La puerta olía a madera,
las sábanas a albahaca.
Nuestro suelo relucía
como si fuera de plata.
Las paredes muy lujosas
con numerosas guirnaldas
y reproducciones de arte
muy bellamente enmarcadas.
¿Qué decir de las cortinas
que con la colcha igualaban?
Y de lo más importante:
¿qué diremos de la cama?,
con sus tres metros de anchura
y dos blandas almohadas,
con espacio suficiente
para más de tres muchachas.
El televisor más grande
que el que tenemos en casa
que charlaba en italiano
ya que estamos en Italia.
El mobiliario muy nuevo.
¿Y el baño? Una monada.
¡Los espaguetis sabían
a cordero de la Mancha!
El hotel no tenía peros,
si no peros, sí naranjas,
el giro dificultoso
en una curva cerrada
que resolvió el conductor
con parsimonia y con calma.
Después de varios intentos
sonaron intensas palmas
que pagaron el esfuerzo
de traernos a esta casa
y disfrutar el hotel
emplazado en la Mentana.
Roma, a muy pocos kilómetros
tranquilamente esperaba.
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