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08. HOTEL DE PARÍS
© Enrique Alcalá Ortiz
Al llegar al gran París
nos fuimos al periférico
y en el hotel Parthenón
nos dieron alojamiento.
Parecía Grecia antigua,
este hotel era un templo
con las columnas y frisos
que nos legaron los griegos
pintados de color rosa,
color de los bebés tiernos.
La cosa empezaba bien,
y yo me puse contento.
Al abrir la habitación
mis ojos se sorprendieron,
mi mujer gritó: ¡Qué cama!,
y yo pronuncié ¡Qué lecho!
La cama el mar parecía,
¡una cama de dos metros!
Había que dar tres vueltas
para poder darse un beso,
y cuando ya te lo dabas
te retrataba un espejo
con una luna más grande
que la que está en los cielos.
Petit dejeneur nos daban
en una sala con frescos
con escenas de costumbres
pintadas de color negro.
Las mujeres con sus túnicas
y diademas en el pelo,
portaban ánforas llenas
de bebidas y de ungüentos,
complacían a sus hombres
en su descanso guerrero.
Éstos portaban espadas
y laurel en el cabello.
Ropa llevaban muy poca,
es decir, iban en cueros
con las pichorras al aire
como las llevan los perros.
Comíamos en el Bienvenu
un restaurante del centro,
una vez nos daban más,
otra vez nos daban menos;
una vez sabía raro,
otra vez sabía bueno.
La cerveza a veinte francos,
¡cien durillos de los nuestros!
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